En la sociedad decimonónica los disfraces y las máscaras fueron algo habitual en especial en las clases altas a las que les complacía realizar obras teatrales caseras y celebrar bailes de disfraces ya desde tiempo atrás, en especial desde el siglo XVIII. El adivinar quién había tras cada disfraz se convirtió en un juego divertido.
El Palacio de San Telmo en Sevilla, conocido como “la corte chica” desde que los Montpensier lo adquirieran en 1.850 para residencia familiar fue escenario de numerosas fiestas, muchas de ellas de disfraces. ¿Hubiera llegado a ser el Generalife o el Palacio de Carlos V de Granada “la corte chica”? Antonio de Orleans, duque de Montpensier quiso comprarlos pero, afortunadamente, no lo logró. En cualquier caso es un futurible ya que pudo ser pero no fue. Un historiador que se precie no debe preguntarse: ¿qué hubiera ocurrido si…? (pido disculpas porque mi tierra, Granada, me tira horrores)
Los nuevos nobles y la burguesía no tardarían en sumarse a este tipo de entretenimiento. Cuadros y fotografías han dejado testimonio de estos eventos.
Las clases populares compartían estos gustos. El disfraz permitía dar rienda suelta a comportamientos mal vistos porque quedaba oculta la verdadera identidad de quien lo llevaba posibilitando ampararse en el anonimato.
No resultaba difícil yendo disfrazados dar de lado al decoro y a la moral por unas horas. Hombres y mujeres tenían la oportunidad de acercarse sin mancillar el honor y sin ser reconocidos. Las máscaras y disfraces se convertían en una válvula de escape para la juventud que, educada en estrictas normas de conducta, los esperaban con sumo agrado a pesar de que se levantaron no pocas voces en contra de su uso.
Para el estamento acomodado suponían una ocasión perfecta para la ostentación y el alarde de poder adquisitivo. El hecho de usar disfraces y máscaras permitía llevar a cabo patrones de conducta más libres en el arte amatorio a la par que facilitaba a las damas de la alta sociedad desembarazarse de la rigidez moral a la que estaban sujetas como ángel del hogar. Es por esta razón que muchas de ellas gustaron de disfrazarse de mujeres de estamentos populares.
Los medios de prensa conservadores se resistían a mencionarlos y, cuando lo hacían, escribían crónicas cargadas de sutilezas, tiquismiquis e ironías. Sería difícil reseñar todos los que se celebraron a lo largo del siglo XIX por eso he optado por seleccionar dos, los celebrados en 1.863 y 1.884 respectivamente en el Palacio de Santa Isabel, domicilio de los duques de Fernán-Núñez, que tardarían muchos años en olvidarse no faltando quienes piensan que aún perduran en el recuerdo.
El doctor Pablo Pena González opina que los asistentes a este tipo de bailes se documentaban sobre modas pretéritas cuando necesitaban encargar un traje adecuado y no le falta razón pero, en la mía, fueron los grandes modistos quienes asumieron primordialmente esta tarea ya que, hecha la aristocracia y la alta burguesía a la idea de pagar grandes sumas por sus disfraces, les debió dar igual hacer un desembolso mayor y descargarse de este “penoso trabajo”, aunque, claro está, habría honrosas excepciones. Ya se sabe: “poderoso caballero, es don dinero.”
Veamos lo que opinan algunas cronistas de moda del s.XIX:
“Como el Carnaval, en cuestión de disfraces, ya no tiene importancia alguna para las señoras, al hablar de trajes de salón no me ocupo para nada de ellos, por más que haya recibido figurines muy lindos de egipcias, bateleras, aldeanas de diferentes provincias francesas y alemanas, y algunos otros caprichos que entre nosotros no tienen la menor aplicación. Los bailes de disfraces no están admitidos en la buena sociedad, y para los de máscaras no consulta los figurines ninguna señora”.
Joaquina Balmaseda: El Correo de la moda. 1.880. Nº 3.
La Vizcondesa de Castelfido también cuestiona la rigurosidad histórica de algunas modas y que es, de otro lado, perfectamente aplicable a la calidad de un buen disfraz:
“A decir verdad, la moda se preocupa muy poco de la exactitud histórica, y comete los mayores anacronismos, con tal que sus creaciones sean del gusto de las mujeres elegantes; siéndole indiferente que el cuello que aplica a nuestro vestido moderno se llame Médicis o Enrique II, y que la gola Enrique IV constituya el adorno de un corpiño Luis XVI, y la corbata Directorio guarnezca un traje Luis XV. El eclecticismo es su regla; saca sus modelos de todos los siglos, y se asimila todas las formas, todos los adornos, todos los caprichos, todo el lujo del pasado.
No nos quejemos, sin embargo, de esta situación, pues la diversidad que resulta de semejante amalgama permite a cada cual elegir lo que mejor le sienta, y yo conozco más de una señora joven que ha saludado con entusiasmo la aparición de esas enormes golas que disimulan, o por mejor decir, completan demasiado su vaporosa hermosura.
Dejemos, pues, a los amantes de la cronología y del color local que se lamenten de lo que ellos llaman nuestras licencias históricas y vistámonos como mejor nos plazca, con tal, no obstante, de que sea con buen gusto y sin extravagancia.”
Vizcondesa de Castelfido in La Moda elegante, 1.880.
Esta es la opinión de otra cronista que está favor del estudio de los trajes de épocas pretéritas para la ejecución de un buen disfraz pero advierte del elevado coste de los mismos y, a la vez repara en que, como los bailes de trajes no se limitan a uno solo y no estaba bien visto entre la gente comme il faut – como gustaba decir Asmodeo – repetir modelo, el precio de cada uno que se encargue supondría una gravosa carga que desnivelaría el presupuesto familiar y pocos bolsillos estaban en condiciones de asumir semejante dispendio. Hoy sabemos que muchas damas pasaron por el Monte de Piedad sigilosamente para pagar las facturas de sus modelos. Todo antes de no figurar.
“Por lo que he podido ver, parece que este año serán menos los disfraces de puro capricho que los trajes que representen personajes históricos.
Esta nueva fase de la moda, que no deja de tener su utilidad, aun cuando sólo sea porque obliga a estudiar el carácter y usanza de las pasadas épocas, suponiendo por de contado que el traje sea, como debe, rigurosamente auténtico, motiva en cambio gastos mucho más crecidos que no todos están en disposición de soportar; y si a esto se añade que habrá bastantes bailes de trajes a los que concurran las mismas personas, las cuales no pueden presentarse en todos ellos con el mismo disfraz, se comprenderá que, si bien el propósito es plausible, su ejecución tropezará con dificultades casi insuperables.”
Anarda in El Salón de la Moda. 1.884. Año I, número 3.
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“Los bailes de máscaras se hallan en su apogeo. Si suntuoso estuvo el que se efectuó en el Teatro Real, lo fue del mismo modo el que la Asociación de escritores y artistas dio en el de la Comedias, al que concurrieron las damas más distinguidas de la corte…
Y pudiera llamarse en conjunto traje de baile, al que la careta sólo presta un incentivo más, para aumentar los encantos de la que lo ostenta.
No dejaban por esto de verse graciosas niñas vestidas de chulas, y queriendo ocultar la esbeltez del talle con sus grandes pañolones de Manila, majas, como las que supo trazar el mágico pincel de Goya, aldeanas aragonesas y vascongadas, y una elegantísima payesa catalana con su pintoresco traje de otros tiempos, magníficas arracadas de perlas y diamantes“.
El Correo de la moda. 1.881. Año XXXI, nº 7.
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Incluyo un artículo sobre las máscaras escrito en el siglo XIX que me ha parecido sumamente interesante. Hago una reproducción literal del mismo. Merece la pena su lectura:
“MÁSCARAS”.
Artículo disfrazado.
Venid los galanes
a elegir las damas,
que en Carnestolendas
amor se disfraza.
Moreto.
I
“Era a principios del siglo XVI, cuando el Emperador que dejó una corona a las puertas de un convento, encariñado con la verdad, decretaba: por cuanto del traer máscaras resultan grandes males, y se disimulan con ellas y encubren, mandamos que no haya enmascarados en el reino, so pena de cien azotes públicos a la persona baja que se disfrazase de día, y doscientos si lo hiciere de noche, y destierro por seis o doce meses si fuere noble el enmascarado.
Esto pasaba en Valladolid, donde hervían los enmascarados de todas clases, y donde estaban en práctica costumbre que no debían oler muy bien a la moral, aun en un valle de olores. Hubo por ende sus penas, mas vapuleos que destierros, y el caso fue que al cabo y a guisa de antifaz, a la ley se le echó un velo, y tornaron los españoles a ponerse la careta.
En el reinado de Felipe IV estuvieron tan en moda, que apenas hubo fiesta de corte en que no hubiese mascaradas y danzas. Para una de las regias veladas del Buen Retiro se mandó por pregón, que nadie entrase con armas y sin careta, y el del próximo Febrero es aniversario de una lucidísima fiesta de máscaras que tuvo lugar en dichos jardines el año 1637.
Por Enero precisamente, y hará como siglo y medio, el rey D. Felipe V ordenaba en Madrid, que ninguna persona, vecino o morador, estante o habitante en esta corte, de cualquier estado, calidad o condición, pudiese admitir enmascarados en su casa para bailes de Carnaval o inmediatos a esta época, pena de mil ducados. Publicóse en bandos como ley, pero no debieron corregirse sin duda los españoles en cuanto a disfraces, porque años después, en 1748, volvió el Rey en el Pardo a ocuparse en este asunto, prohibiendo de nuevo las máscaras, pública y privadamente, en danza o en paseo, pena al contraventor si fuese noble, de cuatro años de presidio, y al plebeyo de otros tantos de galeras, y a unos y otros de treinta y dos días de cárcel, amén de los mil ducados.
Se dice que con este motivo los alcaldes de corte bebían los vientos en busca de un disfraz, y no solo los alcaldes y sus delegados, sino todos los habitantes de la Villa del Madroño, porque a más del cumplimiento de la ley, aguijábales [sic] la recompensa, puesto que tenía el que presentase un enmascararlo, opción a la tercera parte de la multa. Las otras dos eran para los pobres de la cárcel. Y parece que una vez en práctica esta especie de cacería de enmascarados, nuestros abuelos presentaron el rostro escondiendo el corazón. El resultado pues era el mismo. La máscara eludía la ley, y tantos embromados había con antifaz como sin él.
Esta consideración debió mover a los legisladores a ser más humanos con la careta. Transigióse con las mascaradas, previas más o menos formalidades, según los tiempos, y en particular desde el reinado de Carlos III, hubo al menos una época en el año en que los hombres y las mujeres solían decirse la verdad en traje de mentira.
II
Si Carlos I y doña Juana, y Felipe V, pudiesen hoy dar un paseito por sus reinos, figúrense Vds. el rato que pasarían.
A la sazón no hay en la Villa del Oso más que seis u ocho asociaciones coreográficas con careta. El Casino Matritense, El Liceo, La Belleza Madrileña, La Oportuna, La Joven Esmeralda, etc., etc. En Capellanes se baila, y se baila en el Circo de Paul.
El primero es un ex-seminario, cuyas bóvedas tiemblan de ira al oír una polka.
El segundo debe su celebridad a sus fiestas coreográfico-ecuestres. Aquí no es muy violenta la transición.
Hoy es un salón oriental, refugio de desorientados. Además se baila en Lope de Vega y Tirso de Molina.
Estos serán los dos monumentos que ha levantado España a los autores de La villana de Vallecas y de El mejor alcalde el Rey.
Y por si no fuera bastante para calmar la inspiración pedestre, muy pronto el Regio Coliseo comenzará sus veladas carnavalescas, y la Cruz pasando por alto su título hará lo mismo, y el Príncipe, y la Zarzuela, y la Plaza de Toros si es necesario.
Esto amén de cuatro mil Casinos y otros tantos Liceos que estarán hoy en España ocupándose de asuntos idénticos.
Decididamente la profesión de callista es la que ofrece más ventajas para el porvenir.
Pero en cualquiera de estas soirés enmascaradas aprenden:
El estudiante, a perder el año.
La modista, a quedarse sin parroquia.
El hacendado, a deshacer lo que sus papás hicieron.
El pollo, a saber muchas cosas de buen tinto, si no de buena tinta.
El literato, a soltarse en el manejo de la lengua.
El calavera, a calar la verdad a través de la careta.
El tonto, a desempeñar su papel.
El filósofo, a que le coja de medio a medio su denominación.
La viuda, a perpetuar su estado.
El hortera, a ejercitar los pies.
El barbero, a familiarizarse con las vacías (suplecabezas.)
El sastre, a zurzir {sic] y cortar, según convenga.
Y así casi todos los demás concurrentes.
Y los que forman estas asociaciones se divierten y tienen después que contar, hasta dinero.
En cambio no ha podido formarse en España una Sociedad de autores dramáticos siquiera. Esta última consideración me parece de un gran efecto cómico para concluir este párrafo.
III
Los cortesanos a la máscara
le llaman rostro.
Covarrubias.
Ahora me acuerdo de que debí comenzar este artículo investigando la antigüedad de la máscara, y dando después cuenta de sus metamorfosis. Pero ya es tarde, y para tranquilidad de mi conciencia solo puedo decir:
Que la máscara debe ser tan antigua como la vergüenza.
El primer bípedo que se ruborizara debió cubrirse el rostro. Si este origen no les gusta a Vds. sea la careta invención de la verdad perseguida.
Por eso es el distintivo de la musa de la comedia. Por eso los cómicos griegos y latinos usaban de disfraces para decir la verdad al público.
Y si tampoco están Vds. conformes con esta genealogía, sean los disfraces tan antiguos como los hombres feos, porque estos en cualquier siglo son máscaras, aunque no usen antifaz.
Y por último, si ni scara, esto es, otra cara, o de caraltera o carátula, o del maschere italiano o del masqué francés, como quieren diversos escritores.
Además, puede ser egipcia o romana, y oriunda de una momia o de una bacante; pudiendo haber sido perfeccionada por los alemanes o los venecianos. Yo creo que por los últimos, por la celebridad de sus Carnavales; pero si Vds. creen lo contrario, por eso no hemos de reñir.
De estas premisas pueden mis lectoras sacar las consecuencias que gusten. De mi sé decir que la única consecuencia que de las máscaras saco, es que sacan de tino, de tono y de consecuencia a todos sus devotos.
En cuanto al Carnaval, me parece un pleonasmo en la actualidad. Y la careta una redundancia en materia de disfraces.
Pero puesto que este juego de conocerse o no, divierte hoy tanto a los hombres, lo acepto; y como prueba doy a luz este artículo con antifaz.
Si no le conocen Vds., consideren que sale disfrazado, y déjenle pasar, toda vez que sigue la costumbre”.
Viedma, A. in El Correo de la moda: álbum de señoritas, 1.859. Año IX , nº 291 (Sección Variedades)
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Baile de máscaras celebrado en el palacio de los duques de Fernán-Núñez en 1.863:
Corrieron ríos de tinta para todos las gustos. La prensa coetánea nos brinda comentarios de todos los colores:
Previo al baile:
“Las tiendas de moda y las platerías están de enhorabuena: el baile de los duques de Fernán-Núñez desocupa a las unas y proporciona a las otras incesante trabajo. Es incalculable el número y el valor de las joyas que están montando de nuevo para figurar con toda propiedad los personajes cuyos trajes han sido adoptados por nuestras damas.
La duquesa de Fernán-Núñez vestirá un traje de reina mora de prodigiosa riqueza: su esposo recordará a Gonzalo de Córdova. Don Gonzalo Saavedra llevará el traje de rey don Fernando y su señora el de la condesa de Chinchón. Vestirá de Cristóbal Colon el hijo del señor duque de Veragua, que lleva el mismo nombre y apellido del famoso conquistador.
Las señoritas que concurren a la reunión de los señores de Sancho, formarán una comparsa de labradoras valencianas.
Respecto de trajes de capricho hemos oído citar el de la señora de Osuna, que irá de fuego; habrá también trajes de luna, de noches estrellada, de noche de invierno, de diablo rosa, y otros mil que ahora no recordamos.
Entre la sociedad aristocrática los preparativos del baile absorben la atención general.
Dícese que los artistas agradecidos darán una gran serenata a los duques de Fernán-Núñez.”
La Época. 12, 3. 1.863.
El traje de Isabel II:
Cuentan las crónicas que la reina llegó muy tarde al palacio de Santa Isabel y que esto obligó a los invitados a cenar a una hora intempestiva. Ella había notificado su tardanza y pedido que no se la esperara.
“Sobre una vestidura talar de cachemir blanco, enriquecida con elegantes y bien caracterizados dibujos de oro, lucía una túnica corta de terciopelo encarnado bordada de oro y plata y sujeta en anchos pliegues por un rico cinturón de oro, sembrado de piedras preciosas, entre las cuales llamaba particularmente la atención una grandísima esmeralda incrustada en un cerco de brillantes y perlas. El manto, también de terciopelo de color púrpura, profusamente bordado de oro, con adornos de realce muy característicos y propios de la época, y la corona guarnecida de un sin número de piedras preciosas de infinitos colores, completaban el traje de la heroína pública.
El retrato de S. M. ha sido hecho por el fotógrafo señor Alonso Martínez y se halla expuesto en el comercio de la puerta del Sol, que tiene por título Nuestra Señora de París.”
La España, 25 abril de 1.863.
El rey consorte, Francisco de Asís, iba disfrazado de Felipe IV.
La reina Isabel y los duques de Montpensier contrataron al fotógrafo Alonso Martínez, a Martínez Hebert y a Gironella y Laforga para hacer sus respectivos retratos de los que posteriormente se hicieron láminas para inmortalizar el evento y los duques de Montpensier, además, encargaron la realización de sus retratos así como los de sus sobrinos, el del conde de Eu y el duque de Alençón, al pintor Leopoldo Sánchez del Bierzo, cuadros que se conservan el Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla así como algún disfraz original con el conde de Eu y el duque de Alençón.
La prensa de la época hizo una pormenorizada descripción del cuadro que nos ha permitido conocer con todo lujo de detalles los trajes lucidos por los personajes más ilustres.
Las fotografías y láminas se mostraron en distintos comercios de Madrid como por ejemplo en Nuestra Señora de París en la Puerta del Sol y en la calle de la Calle de la Montera, casa del señor Schropp.
“Los escaparates del comercio de Schropp llaman estos días la atención de los transeúntes por la calle de la Montera, por haberse colocado en ellos diversos retratos de las personas que concurrieron al baile de disfraces de los duques de Fernán-Núñez. Entre estos retratos, que han de formar el álbum cuya publicación se ha anunciado ya, figuran también algunos grupos de las distintas comparsas que asistieron a aquella fiesta , entre ellos el de los calabreses.
Inútil será decir que los desocupados tienen con este motivo un pretexto para invadir la acera impidiendo el tránsito.”
El Clamor Público. 23-4-1.863.
“Cuadro lindísimo.
Los señores duques de Montpensier han tenido la feliz idea de mandar que se represente en un cuadro al óleo el acto de ser recibidos por los señores duques de Fernán-Núñez, cuando asistieron al suntuoso baile de trajes que se dio hace poco tiempo en el palacio de la calle santa Isabel.
Hemos visto concluido ya este cuadro y como todas las personas que le han reconocido, hemos experimentado una agradable impresión.
El conjunto produce muy bello efecto, habiéndose vencido las dificultades que ofrecía la combinación de luces artificiales repartidas con profusión en la suntuosa escalera del palacio de Fernán-Núñez. Hay gusto en la ejecución de tantos y tan ricos accesorios, así como en la actitud y el aspecto de los personajes, que son los serenísimos señores duque y duquesa de Montpensier, conde d`Eu y duque de Alençón. La señora infanta en traje de judía, que realza su natural hermosura con falda de raso rojo, cubierta en parte por una sobrefalda de terciopelo verde, guarnecida como la falda de galones de oro, corpiño de terciopelo también verde, con trencillas de oro, ostenta así en el tocado como en el cuello, cintillo y brazos riquísima pedrería. El duque aparece vestido de árabe con un alfanje de gran valor, por las piedras que le adornan. El conde d`Eu también de árabe, traje que luce gallardamente por la esbelta y hermosa figura de este joven príncipe y por último el duque de Alençón, hermano del anterior, más joven y no menos gallardo y gracioso que él, vestido de griego, traje rico sumamente airoso y lindo, hecho en la misma Grecia y muy adecuado a la preciosa figura y juvenil edad del príncipe.
No es menos digno de atención el grupo de los duques de Fernán-Nuñez, que hacen los honores de la casa a los augustos personajes. El duque vestido como el Gran Capitán, revela un alto personaje por su noble continente, por las galas que le adornan, y por la expresión elegante de su persona. La duquesa de Moraima, sultana de Granada, lleva un costosísimo traje morisco adornado profusamente de perlas y otras ricas piedras, al que acompaña un gracioso tocado del que pende un velo de tul blanco y fleco de oro que hace agradable efecto y compone muy bien con el pelo negro, expresivos ojos y hermoso color sonrosado de la duquesa que aparece saludando a los príncipes con afectuoso y noble ademán propio de una persona fina y elevada.
Completan el cuadro otras dos figuras que representan a la señora marquesa de Cela y al señor Velarde, tan parecidos ambos, que no dejan nada que desear.
Caracteriza la alta jerarquía de los señores de la casa un portero vestido ricamente con librea de gala, banda con escudo, y batón de puño de plata.
Ha sido ejecutado este bellísimo por cuadro por el joven pintor Leopoldo Sánchez del Vierzo[sic], el cual ha pintado igualmente cuatro bocetos que representan con luz del día y con los mismos trajes ya descritos a los serenísimos señores duques de Montpensier y sus agustos sobrinos, y de quien desgraciadamente ha dejado de ver trabajos el público, después del magnífico ensayo que hizo de su gusto y de sus fuerzas artísticas en la pintura mural del monumento de los señores Argüelles, Calatrava y Mendizábal.”
La España. 13-6-1.863.
Se dijo que las damas más pudientes encargaron sus trajes en París y que algunas tiendas los habían exhibido antes de su estreno por respectivas dueñas pero algunos periódicos desmintieron o al menos suavizaron esta noticia:
“No todos los trajes que lleváronse al baile de la señora duquesa de Fernán-Núñez fueron hechos en le extranjero, como de público se ha dicho. Nosotros sabemos que junto a los más elegantes arreglados en París, han lucido y no menos, muchos hechos en Madrid, y entre otros los de la señora duquesa de Noblejas, marquesa de Santa Marca, las hija y sobrina del General Narváez, señoritas del Salar y Liñán vestidas por la elegante modista madama Lafon, que está muy al corriente de las exigencias de la moda.”
El Clamor público. 18-4-1.863.
No cabe duda de que fue un baile fastuoso que suscitó bastantes comentarios tanto a favor como en contra según el signo del periódico que lo relatara:
“He sabido luego, y la experiencia me ha llegado demasiado cerca, que el duque ha dado una copiosa limosna a los pobres de su vecindad como memoria de la honra que la Reina ha dispensado al barrio visitando su casa; dígame, pues: si un sarao que principia por alimentar a tantos artesanos y concluye por consolar a los pobres y a los enfermos, no tiene visos o efectos, a lo menos, de obra de caridad, yo, para mí, como tal la recibo, y pido a Dios que proteja para desengaño de muchos y bien de todos grandes que tan verdaderamente lo son, como estos de quien hablo, y pastores tan ilustrados como V. S. I. cuya vida dure muchos años.—B L. M. de V. S. L – Xin”
El duque de Fernán-Núñez, en efecto, dio 4.000 reales de dádiva.
El Contemporáneo (Madrid). 18-4-1.863, n.º 703, página 4.
Las siguientes ilustraciones son copias de los originales que se encuentran en el Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla. Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. La Resolución para su uso en esta web ha sido firmada por el Ilmo Sr. D. José Manuel Girela de Fuente, Delegado Territorial de Cultura, Turismo y Deporte con fecha 24 de octubre de 2.016.
Los dos cuadros y el disfraz dan testimonio del Baile de máscaras celebrado en el palacio de los duques de Fernán-Núñez en 1.863.
Descripción del traje que da el Museo:
Chaqueta, corta a la cintura con terminación en ondas, confeccionada en paño de lana tono marfil con escote redondo a la caja. El delantero va abierto en el centro con cierre oculto de broches metálicos y se adorna con botones de pasamanería y coral, veinte en la abertura y quince en cada hoja. Las mangas van abiertas por la parte interna y se unen con pequeños botones y presillas, al igual que en su unión con los hombros. Las bocamangas son de perfil mixtilíneo con doce botones de adorno. La decoración está realizada con trencilla de pasamanería en seda azul e hilo de plata que cubre gran parte del cuerpo y mangas, formando lazos, motivos geométricos y florales. El forro está realizado en moaré gris.
El chaleco está realizado en paño tono marfil, sin mangas, escote redondo a la caja y abertura total en el centro del delantero.
Cada una de las hojas va rematada con una hilera de trece botones esféricos, hechos de pasamanería y coral en el centro. La decoración es a base de trencilla de pasamanería en seda azul e hilo de plata que cubre totalmente el chaleco. El forro está realizado en sarga de lana rosa, rematado con galón de seda a rayas azules y blancas. Los bolsillos son de parche y van en el interior del forro.
Las polainas están realizadas en paño marfileño, cubiertas de trencilla de pasamanería, en seda azul e hilo de plata, a excepción de un tramo de la parte superior en el que se ha reservado el paño con un diseño floral realizado con cordoncillo de pasamanería y borlas. Por detrás llevan abertura total y cierre de corchetes metálicos. El forro es de seda del mismo tono del paño.
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Así reflejaron las crónicas de la época el baile de disfraces que se celebró en el palacio de los duques de Fernán–Núñez en 1.884:
El Correo del 26 de Febrero:
“Son las once de la noche. La plaza de Santa Isabel ha sido invadida por la multitud, que ve pasar curiosa y apiñada la larga fila de coches, sin que logre apercibir en el fondo oscuro de los elegantes trenes más que el rutilar de los brillantes y de los ojos, que no pueden tapar las pieles y los abrigos.
Los Duques de Fernán-Núñez aguardan en el vestíbulo la entrada de SS.MM. y la compañía de alabarderos del regimiento fijo de Sicilia, con las alabardas tendidas horizontalmente, para conservar expedita la calle que han de atravesar los augustos visitantes, mantiene en orden y en apretado haz una muchedumbre como jamás vio ante su paso ninguna majestad terrestre.
Dos horas trascurrieron, en que la entrada sucesiva de cada personaje era motivo de exclamaciones, murmullos y signos de admiración que al mismo tiempo que atortelaban durante un momento a los entrantes, sorprendidos y cegados con aquel maravilloso conjunto, contribuyeron algo a la indisciplina en las filas, pues los soldados, sin cuidarse de la ordenanza, eran los primeros en contribuir al bullicio.
Sin embargo, jamás se han hecho tantos sacrificios en aras del uniforme.
Barbas de quince años de existencia habían desaparecido ante las exigencias de la casaca blanca con vueltas encarnadas, calzón blanco, chupa y medias encarnadas y tricornio de aquellos soldados que se llamaban conde de Villalba, Girón, Sorianos, Heredias, Udaeta, Valdemoro, Baggowut, Agrela, Cort, Donadío, Marin, vizcondes de Irueste y de Benaesa, teniendo por tambor, por pífano y por abanderado á los Sres. Quesada, Berda y Armero”.
La Gaceta Universal del 26 de Febrero:
EL BAILE DE ANOCHE. — “Es imposible sustraerse a la avasalladora influencia de la opinión; desde hace un mes no se habla de otra cosa que del baile de trajes, que se ha celebrado en la espléndida morada de la calle de Santa Isabel.
Los privilegiados, los que habían de asistir a tan magnífica fiesta, han estado muchos días resolviendo el problema del traje que habían de lucir; los demás leían con interés en los periódicos las minuciosas reseñas de los preparativos, como si se tratase de un cuento de Las mil y una noches.
Por fin llegó la hora tan deseada. Desde la calle de Atocha al palacio de los Duques, una fila interminable de carruajes, que no disminuyó desde las diez a la una de la noche, demostraba que toda la high-life madrileña, y cuanto de notable encierra la corte en política, ciencias, literatura y artes, todos los favorecidos con los dones del talento, la posición o la fortuna, acudían allí a disfrutar de uno de los más brillantes espectáculos de la suntuosidad castellana. Por la calle de Santa Isabel no se podía dar un paso; un gentío inmenso ocupaba las avenidas desde la plaza de Antón Martin al palacio de Cervellon, que estaba profusamente iluminado.
¡Qué derroche de sedas y encajes! ¡Qué cascadas de luz y colores! ¡Ricos prendidos, preciosas toilettes, aderezos de valor inestimable, pelucas empolvadas, todas las hermosuras de Madrid luciendo como estrellas en aquellos artísticos salones! Cuadro tan brillante se contemplará pocas veces: la pluma es impotente para describirlo. Un cronista de salones dice con razón que los Duques tuvieron una feliz idea al invitar a la fiesta al ilustre pintor Raimundo de Madrazo, y es sensible que no haya asistido, pues solo su pincel podía retratar fielmente aquellos grupos de mujeres hermosas, que parecían canastillos de flores en el jardín de las hadas.
A las diez y media empiezan a llegar los coches; ricas alfombras tapizan el pórtico y los patios; la servidumbre de la casa, con la histórica librea verde y oro, aguardaba en formación al pié de la escalera”.
*****
He aquí una crónica de moda de la época por la que podemos saber que Worth ganó mucho dinero con los vestidos que realizó para este baile:
“Han pasado desde aquella fiesta muchos días, han vuelto a sus estuches las joyas que brillaron en la fiesta, y como las hojas secas que cubren la pradera en otoño, los encajes, las sedas, las gasas yacen abandonadas en el fondo de los armarios“.
… “La entrada de los reyes, el rigodón de honor, la presentación á SS. MM. de las comparsas, fueron episodios magníficos del brillante baile que duró próximamente diez horas.
Aparte de los trajes históricos o de fantasía que hemos citado, llamaron la atención principalmente los de la comparsa La comedia del Arte. Estos trajes los ha hecho todos, como el de la reina, Worth, el famoso sastre de París.
La indumentaria femenina ha llegado a un estado de exageración que podría compararse con el gongorismo en la literatura, con los extravíos churriguerescos en el arte de la ornamentación: lo elegante, lo sencillo, lo artístico se excluye para dar lugar a lo extravagante y a lo amanerado.
Worth tenia ancho campo para dejar vagar a su imaginación; pero llevado por el extravío del que dio él el primer impulso, ha hecho obras amaneradas.
El traje de la reina, que pertenecía al estilo mitológico-cortesano de aquella época en que se adornaban los jardines de Versalles con las deidades del Olimpo, ataviadas con pelucas a lo Luis XIV, era un conjunto de profusión indescriptible.
Una falda blanca bullonada de plata, con bieses de plata, con bieses rosa y azules y verde musgo, grupos de manzanas, de hojas, de flores escarchadas, un pesadísimo manto verde musgo, que la reina tuvo que quitarse en cuanto entró porque no podía soportar su peso, formaban un todo abigarrado.
Lo mismo puede decirse del traje con que ataviaba su elegante persona la duquesa de Alba, y del de Mad. Stuars y del de la condesa de Villagonzalo y vizcondesa de Torres de Luzón.
Llevaba la primera un manto de terciopelo color rosa prendido en grandes tablas a la espalda, con broches de esmeraldas; la segunda una desdichada combinación gris y oro, y las dos últimas unos enormes tocados coronados con erguidas plumas blancas.
Worth no ha estado esta vez feliz porque ha abandonado el sentimiento estético que es el manantial inagotable del buen gusto, corriendo tras lo complicado, en vez de buscar lo artístico.
El traje más barato que el famoso modisto parisién ha hecho, ha sido de cinco mil francos. Como se ve, ha huido también de la sencillez en las cuentas y para él ha sido el verdadero agosto del baile de los duques de Fernán-Núñez.
Y que no faltan en España buenas modistas lo prueban los trajes hechos en Madrid, que se lucieron en el baile; pero mientras se busque siempre con preferencia lo extranjero y principalmente por la gente que puede gastar y que suele en cuestiones de moda dar decretos, no puede prosperar este ramo de la industria nacional.
Debas el fotógrafo está retratando estos días a todos los personajes que concurrieron al baile, para formar con los retratos un álbum que sea recuerdo duradero de la brillante fiesta“.
Madrid 10 de marzo de 1884.
K. Sabal in El Salón de la moda. Barcelona, Imp. de Montaner y Simón, 17 de marzo de 1.884. Año 1, número 6.
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“No cabe en los límites de una revista quincenal el cuadro de lo que ha sido la fiesta de los duques de Fernán-Núñez.
Los periódicos políticos la han consagrado la mayor parte de sus columnas, y nosotros, aún ocupándolas todas, no lograríamos dar idea del aspecto magnífico que presentaba el palacio de Cervellon la noche del 25 de febrero.
Diremos, en ligero e imperfecto resumen, que le honró con su asistencia toda la Real familia; que la Reina lo era dos veces por derecho y por su traje: que las comparsas de alabarderos y de la Commedia dell’Arte alcanzaron gran éxito, y que la mayoría de los disfraces correspondieron a cuanto debía esperarse de las personas que los lucían y de las modistas y sastres que los confeccionaran.
Worth a orillas del Sena, París y Besançons en el Manzanares, han dejado bien puestos sus nombres entre la high life madrileña.
Es imposible citar personas; sería menester enumerarlas todas para cumplir con el deber de señalar las que exigirían mención especial, y aún más, descripción detallada y minuciosa de sus atavíos.
El más exigente, el más descontentadizo un podría advertir una falta en aquel conjunto admirable, que ha hecho del baile del segundo día de Carnaval de 1884 uno de los más brillantes que se han celebrado en país alguno.”
El Marqués de Valle Alegre in La Moda elegante. Madrid, 6 de marzo de 1.884. Año XLIII, núm 9.
¿Quién era este marqués? Se trataba de Ramón de Navarrete y Fernández y Landa (1.822-1.897) periodista y escritor español que utilizó diversos seudónimos: Almaviva, Asmodeo, Leporeyo, Marqués de Valle Alegre, José Núñez de Lara y Tavira, Mefistófeles y Pedro Fernández. Asmodeo, tal vez es el alias por el más se le conoce, y lo utilizó especialmente en la Ilustración Española y Americana donde llevaba la sección “Los salones de Madrid” describiendo con todo lujo de detalles y ágil pluma las veladas de la aristocracia. En La Moda Elegante firmaba como El Marqués de Valle-Alegre y tenía a su cargo la “Crónica de Madrid”, pero además de en estas dos revistas, colaboró en otras muchas: El Heraldo, Semanario Pintoresco, El Diario Español, La Correspondencia. etc. Fue director de La Gaceta. Se le considera el precursor de la crónica rosa o del corazón en España. Él mismo utiliza a menudo el término “chismografía” en sus escritos.
En cuanto su obra literaria destacamos: Madrid y nuestro siglo, El Crimen de Villaviciosa, Creencias y desengaños, Un Gran baile: Madrid por dentro y por fuera, guía de forasteros incautos, Misterios del corazón y otras.
Todos los que acudían a bailes y eventos sociales compraban La Época del día siguiente a cada fiesta para leer la Crónica de Asmodeo porque él también era un invitado asiduo del que no interesaba olvidarse.
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He extraído, además, la siguiente crónica sobre el mismo baile que tanta repercusión tuvo en la prensa, tertulias y reuniones del “todo Madrid” también escrita por Ramón de Navarrete pero firmando esta vez como Aguaviva:
“Bien puedo decir que vi a SS.MM. por encima del sol, por tener en aquel momento delante de mi persona una apuesta dama, de rostro celestial, que iba vestida, según me dijo ella misma, de Puesta de Sol.
Nada tendría de extraño que sus rayos me hubieran cegado la vista y que no distinguiera bien los trajes de las reales personas, más, a lo que recuerdo, el de D. Alfonso XII era de capitán general, sin banda alguna, formando contraste con la severa modestia del joven soberano la riqueza que ostentaba, en telas y joyas, la bella austriaca que con él se sienta en el trono.
Había elegido la reina para presentarse en el baile, magnífico traje de dama del siglo XVIII, de raso blanco; bullonada con plata la hueca falda, prendida con flores y cuajada de brillantes; el corpiño rosa, tenía por adornos encajes tramados de plata, y terminaba por delante en puntiagudo peto, centro de dos grandes bullones; sujeto al hombro por rico joyel, caía, plegado a la griega, un manto de color verde musgo, ornados con grupos de manzanas muy pequeñas. El alto peinado había sufrido lluvia de polvos de arroz, y le adornaban estrellas de brillantes, rodeando un haz de plumas.
Vestía la princesa de Baviera, Dª. Paz, de dama de la época de Watteau, con traje rosa y delantero de encaje, y en la empolvada cabeza un broche de brillantes sujetando plumas del color del vestido.
Su esposo, el príncipe, iba de caballero de la época de Carlos V, con ropilla y gregüescos de granate bordados de oro, fieltro con pluma grana y altas botas de gamuza...”
Almaviva in La Ilustración española y americana. Madrid, 13 de marzo de 1.884. Año XXVII, Núm. X.
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Como cabía esperar, el baile también fue blanco de las críticas de la prensa conservadora, como no podía ser menos, que le censuró el excesivo afrancesamiento de la nobleza madrileña, la amoralidad en el vestir, el lujo desorbitado, el despilfarro, el alarde, y el desprecio por todo lo español.:
“Allí había muchas damas vestidas de María Antonieta, muchas de Pompadour, de Carlotas Corday, de Mad. de Maintenón, de marquesa de Poligny, de Mad. de Sevigné, de Pierrotte, de Soubrette, de Faufreluche, de Incroyable, etc., etc.
¿Qué significan estos nombres? ¿Eran damas españolas o francesas las que vestían estos uniformes? ¿Se daba el baile en París o en Madrid?
La contestación a estas preguntas, ni honra el buen gusto de nuestras damas, ni halaga el patriotismo, ni enaltece el sentimiento moral de la aristocracia moderna. Ni el vestir en un baile el traje de una reina mártir, ni el de cortesanas impúdicas, ni el de livianas actrices de los teatros de París, es prueba de buen gusto, de patriotismo, ni de gran sentido moral.
¿Qué aristocracia española es ésta que para vestir trajes históricos no encuentra otro recurso que las modas escandalosas de la Corte francesa en los reinados que prepararon la Revolución del 89, tan funesta para la nobleza como para la Monarquía, para la sociedad como para la Religión? ¿No ofrecían nuestros antiguos trajes provinciales, nuestros héroes y nuestras Cortes recursos más adecuados a la gracia y belleza de nuestras damas, cuyos tipos meridionales se despegan muchas veces de los artificiosos y recargadísimos trajes cortesanos de la Francia de la Regencia y del Imperio? ¿Cómo se explica esta preferencia por los trajes franceses de esa época determinada?
Por varias razones. Nuestra aristocracia moderna es francesa de los pies a la cabeza; francesa en las costumbres, en el idioma, en los trajes, en los vicios, y casi casi estábamos por añadir, si la moral no se ofende, que hasta en las virtudes. Conoce, por supuesto mal, los reinados de Luis XIV, de Luis XV, la Revolución del 89, el Imperio, porque sus lecturas favoritas son las novelas más o menos históricas relativas a estos tiempos; pero en cambio no conoce ni remotamente nuestro siglo XVI, ni el XVII, y de la Edad Media, de la época de la Reconquista española no sabe ni una palabra. Al escoger trajes históricos, ¿dónde ha de acudir sino al vestuario de sus personajes?
Esta es una razón, pero hay otra; la mayor parte de nuestras damas se visten en París; Mr. Worth, según han contado los periódicos, ha confeccionado muchos, ganando en el negocio más de tres millones de reales. ¿Qué tipos ha de tener Mr. Worth sino los extranjeros, y con preferencia los franceses?
… La mayor parte de las damas que asistieron llevaron a competencia el lucir sus más espléndidas joyas. Relampagueaban los brillantes como un cielo poblado de soles, y las perlas, esmeraldas y zafiros cubrían los salones como las margaritas y amapolas matizan con bellos colores los campos en la primavera.
Nuestra aristocracia sigue opuesto camino que el que abrió a Isabel la Católica la cumbre de la gloria. Ella, la gran reina, vendió sus joyas para adquirir con su producto un Nuevo Mundo; nuestras damas venden sus haciendas, el patrimonio de sus mayores y el porvenir de sus hijos para comprar con su producto estériles alhajas; ella, la mujer fuerte, la princesa cristiana, fue la protectora de Colón; nuestras damas son las protectoras de Worth, de Marzo y de Ansorena.
El centro de Madrid, donde están las tiendas más caras, se ve invadido por joyerías. El escaparate más humilde de estos establecimientos de lujo, ostenta en alhajas un capital de muchos miles de duros. ¿Qué prueba el desarrollo de este comercio sino la ruina de muchas fortunas particulares?…
Nulema in La Ilustración católica (Madrid. 1.877). 5-3-1884, n.º 7.
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Estas son dos crónicas de mascaradas anteriores a la de los Fernán Núñez de 1.884 escritas por el Marqués de Valle-Alegre muy breves pero concisas y jugosas:
“¿Saben VV. como castigan las mujeres celosas o vengativas a sus amantes? – Pues se van a las máscaras armadas de un buen par de tijeras, y a la chita callando, ¡zas!, les cortan los faldones de la casaca.
He aquí el lance ocurrido en el baile de abonados del teatro de la Comedia el sábado anterior, y que es hoy asunto de todas las conversaciones.
La víctima fue un joven muy simpático, muy apreciado en los círculos bursátiles, donde ocupa honrosa y elevada posición.
El verdugo….. Pero no, no diré quién es, compadeciendo los tormentos que han debido arrastrarla a tan violento extremo:
Eso es lo único notable que ofreció el susodicho “Baile de abonados”, en el que estos brillaban por su ausencia, siendo sustituidos por sus criados, dependientes y proveedores.”
El Marqués de Valle-Alegre in La Moda elegante ilustrada, 1.878.
Las mascaradas daban para mucho como nos cuenta el Marqués. En este caso asistimos a la venganza amorosa y a la suplantación. Detrás de un disfraz se ocultaba el subordinado del hipotético titular que, seguramente, “estaría ocupado” en otros menesteres.
“La soirée de la Duquesa de Osuna tenía un carácter especial. Las señoras iban de uniforme, esto es, de dominó blanco, – menos dos o tres, que lo llevaban negro.
La mayoría de las concurrentes no se habían puesto nunca careta, y al principio se manifestaban ignorantes del uso que debían hacer de ella, no dirigiéndose a ninguno y guardando elocuente silencio.
Pero el ejemplo de algunas sirvió de estímulo a las restantes, y a la una de la noche las bromas y los quid pro quos eran generales.
Hubo máscaras que venían de tapadillo, por lutos y por otras causas igualmente sensibles; hubo madre que intrigó a su hijo, – según la jerga galo-hispana que ahora se estila; hubo mujer que durante media hora entretuvo a su marido, revelándole los secretos más recónditos del hogar doméstico; hubo, en fin, dos caballeros que, usurpando sus atavíos al bello sexo, excitaron grandemente la curiosidad.
¿Diremos sus nombres? ¿Para qué? ¿No andan en boca de todos? ¿No han repetido los mil rasgos de ingenio y de agudeza del más caracterizado de ellos?
A las dos, cuando cayeron las caretas, las personas quienes aludíamos desaparecieron para no quitarse las suyas y para conservar el incógnito convencional que guardan; ese mismo incógnito que guardan los monarcas cuando viajan.
La fiesta continuó brillante y bulliciosa gasta las siete de la mañana, hora en que los últimos convidados se retiraron, después de una cena digna de todo lo demás.”
El Marqués de Valle-Alegre in La Moda elegante ilustrada, 1.880. Año XXXIX, núm 7.
En esta otra crónica comprobamos cómo tras las caretas se dejan atrás los lutos más rigorosos; cómo la mamá protege a su retoño; cómo una señora despistada o no, no distinguiendo a su esposo, le abre el corazón y a caballeros con ganas de juerga que se visten de mujer y se esfuman a la horas de quitarse los antifaces…
Durante los bailes se acostumbraba a sortear objetos con fines benéficos. Si nos fijamos en el texto muchos de estos objetos tendrían un incalculable valor hoy día:
“El baile de máscaras que para el martes de Carnaval organiza el Círculo de Bellas Artes en el teatro de la Comedia, será una de las fiestas más agradables de la temporada.
Durante el descanso se rifarán entre los concurrentes panderetas, abanicos y otros objetos pintados y firmados por Domínguez, Jiménez Aranda, Sorolla, Lhardy, Espina, Alcázar (Manuel), Alcazar Tejedor, Peña, Fernanda Francés, Esteban (Entique), Plá, Pelayo, Francés, Domec, Barmude, Ferrant, Perea, San Pietro y otros.”
El Día. Miércoles 4 de febrero de 1.891.
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No quiero dejar de mencionar dos fastuosos bailes de disfraces que se celebraron a finales del siglo XIX, y comienzos del siglo XX respectivamente.
El primero de ellos es el Devonshire’s Diamond Jubilee Costume Ball, 2 de julio, 1.897, organizado por la duquesa de Devonshire (nacida von Alten de Hannover), gran anfitriona política, para festejar el Jubileo de Diamante de la reina Victoria de Inglaterra y el segundo, 4 de febrero de 1.903, un baile de ambiente medieval en el Palacio de Invierno, situado en el corazón de San Petersburgo, el que todos los invitados debían ir disfrazados de nobles rusos del siglo XVII y que fue el último gran baile de la Rusia Imperial.
Para el primero la firma fotográfica londinense de Lafayette, que diez años antes había obtenido una Royal Warrant, fue invitada con antelación al baile para instalar una carpa en el jardín de la parte posterior de la mansión y fotografiar a los invitados ataviados con sus respectivos disfraces. El estudio elaboró un escenario que representaba fidedignamente el césped y los jardines de la céntrica Devonshire House.
El segundo baile también tuvo una amplia repercusión mediática. La madre del zar Nicolás, la emperatriz viuda María Feodorovna, reunió las imágenes tomadas a los invitados e hizo un álbum conmemorativo del evento.
No faltaba mucho tiempo para que el Imperio Ruso se rompiera en mil pedazos.
Muchos de los disfraces fueron encargados al modisto Worth que sin duda debió obtener pingües
beneficios.
Para saber más de estos dos bailes véase:
https://nobleyreal.blogspot.com.es/2012/04/los-bailes-de-trajes-de-1897-y-1903
htmlhttps://sites.google.com/site/anteojosyantinarices/los-bailes-de-trajes-de-1897-y-1903
Los bailes decimonónicos, no sólo los de máscaras, en general fueron la excusa perfecta para que la high society, formada por la aristocracia de rancio cuño y la burguesía o aristocracia del dinero se divirtieran juntas mientras hacían negocios, arreglaban matrimonios o hablaban de política pese a que la aristocracia de abolengo consideró siempre a la burguesa como advenediza e inferior. Hubo otros, como hemos visto, marcadamente restrictivos y reservados por tanto a la élite social.
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Cierro el estudio hablando de Virginia Elizabetta Luisa Carlotta Antonietta Teresa María Oldoini (1.837-1.899), Condesa de Castiglione, una mujer muy bella, conocida también como “La perla de Italia” y/o “La mujer del sexo de oro imperial” cuyos vestidos y disfraces no dejaron a nadie indiferente y que supo utilizar la caracterización y la máscara como potentes aliados de su exacerbado narcisismo.
Había nacido en Florencia en noble cuna. Recibió una esmerada educación a la que ella supo sacar buenos réditos porque no le faltaba inteligencia. Hablaba varios idiomas y sabía de música y artes. Contrajo matrimonio con Francisco Verasis, conde de Castiglione, bastante mayor que ella, con el tuvo un hijo, Giorgio, que murió muy joven a causa de la viruela. Este niño es el que a veces la acompaña en los retratos. El conde estaba al tanto de las andanzas de su esposa y transigía con ellas pero llegó un momento en que se vio superado y la dejó. Virginia era prima de Camillo Cavour, primer ministro de Víctor Manuel II, rey de Cerdeña y Piamonte. La unificación de Italia dependía de las potencias europeas y en especial de Francia y del Imperio Austrohúngaro. Napoleón III, mujeriego de cuidado, ocupaba el trono francés. Cavour animó a su prima la condesa a conquistar a Napoleón para conocer en todo momento la postura de Francia ante dicha unificación y, a la vez, a influir en el emperador con el fin de que el proceso siguiese adelante sin dilaciones. En definitiva se trataba se utilizar los encantos y artes amatorias de Virginia a favor de su causa convirtiéndola así en una espía pro-italiana. Lo más conveniente para este proyecto era que Napoleón declarara la guerra al Imperio Austrohúngaro porque los Saboya tendrían, si ocurría, el camino abierto para reinar en todo el territorio italiano.
Los Cavour llegaron a Francia en 1.855 y fueron presentados a Napoleón y a su esposa, la granadina Eugenia de Montijo, en un baile imperial. Y sí, fueron amantes casi dos años. Una vez rota la relación con el emperador otros muchos caballeros ocuparon el lecho de la condesa.
Su plan fue descubierto y la expulsaron de Francia por lo que tuvo que regresar a Italia. Volvió cuando ya había pasado la tormenta y no corría peligro en 1.861. Se instaló en un entresuelo de la Plaza Vendôme.
Adoraba convertirse en el centro de atención de todas las miradas. Supo intuir en la fotografía un instrumento para perpetuar su belleza porque era consciente de las múltiples posibilidades teatrales que ofrecía. El estudio fotográfico Mayer&Pierson fue el primero que se abrió en París y en él Pierre-Louis Pierson le hizo centenares de retratos en los que mayoritariamente aparecía disfrazada o bien con sus propios vestidos de gala, en ocasiones muy atrevidos, y siempre perfectamente maquillada y peinada. Era ella la que elegía el vestuario, los decorados, la pose, el marco, el ángulo y, si era preciso, también la que retocaba. Ella también se encargó de titular cada cliché con un nombre o una frase inspirados en el teatro o en la ópera contemporánea: por ejemplo, “Scherzo di Follia” extraído de la ópera de Verdi: Un ballo in maschera.
Sus pies y piernas fueron retratados repetidamente, algo muy mal visto por la sociedad de su época y que provocó infinidad de murmuraciones y habladurías.
Fue incapaz de aceptar el envejecimiento. Salía de noche siempre ocultando su rostro con un velo. Cubrió todos los espejos de su vivienda y terminó por hacerlos desaparecer definitivamente. No es de extrañar que comportándose así cayera en las garras de una profunda depresión. La llamaban “la loca de la Plaza Vendôme” por sus extravagancias. Murió totalmente sola a los 62 años. Está enterrada en el cementerio Pére Lachaise de París por orden de Humberto I de Italia.
Su casa fue registrada a conciencia por los servicios secretos que procedieron a destruir todas las cartas y documentos muy comprometedores algunos para muchas altas personalidades de la época.
Robert de Montesquiou (Marie Joseph Robert Anatole), conde de Montesquiou-Fézensac, un aristócrata poeta perteneciente al movimiento simbolista francés, así como mecenas del arte y afamado dandi, fue un gran admirador de la condesa y en 1.913 publicó La Divine Comtesse : Étude d’après Madame de Castiglione (Virginia Oldoini)
Un anillo maldito.
Hay un episodio de la condesa que se puede situar a caballo entre la historia y la leyenda y es su posible relación con Alfonso XII de España. Ella se acercaba a los cuarenta y él, muy joven, tenía 17 años. La condesa le obsequió una piedra preciosa como regalo de bodas a la que ella habría maldecido previamente como consecuencia del disgusto que le produjo enterarse del enamoramiento de Alfonso de su prima María Mercedes ya que la condesa hubiera querido atrapar al rey. Mucho habría que hablar de este presunto enamoramiento que no sorprende por la trayectoria amorosa de don Alfonso y de la condesa. En cualquier caso, cuando el río de la leyenda suena, historia lleva.
Verdad o no lo cierto es que todas las personas que poseyeron el anillo fueron muriendo una detrás de otra. La cronología de las muertes de sus respectivos dueños fue la que sigue:
La primera en lucir la piedra ya montada en forma de anillo por deseo de Alfonso XII fue la reina María Mercedes. Cinco meses después estaba muerta con solo 18 años el 26 de junio de 1.878.
El rey entonces se lo regaló a su abuela, la reina María Cristina de Borbón Dos Sicilias, viuda de Fernando VII y madre de Isabel II. A los dos meses había muerto (22 de agosto de 1.878). Algo se escapa aquí puesto que la relación abuela-nieto no era intensa.
La tercera víctima fue la princesa María-Cristina Francisca de Orléans, cuñada del rey y hermana por tanto de María Mercedes, de quien se rumoreaba que hubiera podido ser la segunda esposa del monarca. Falleció de tuberculosis el 28 de abril de 1.879.
La cuarta fue la infanta María del Pilar, hermana de don Alfonso, que murió víctima de una meningitis tuberculosa el 5 de agosto de 1.879.
El anillo volvió a las manos del rey y ya sabemos lo que ocurrió: el 25 de noviembre de 1.885, Alfonso XII fallecía víctima de tuberculosis a los 28 años convirtiéndose en la quinta víctima de la letal joya.
La viuda María Cristina de Habsburgo-Lorena, la segunda esposa de Alfonso XII que estaba embarazada del futuro Alfonso XIII, no quería tener el anillo cerca y decidió donarlo a Nuestra Señora de la Almudena después de hacerlo bendecir.
En la actualidad esta joya se encuentra expuesta en el Museo de la Catedral de la Almudena dentro de una cajita en cuyo lateral se lee: “Esta sortija perteneció a la reina Mercedes, a la reina María Cristina, a la infanta Cristina, a la infanta Pilar y al rey Alfonso XII y en la parte posterior continua diciendo: “Después del fallecimiento de estas augustas personas, la Familia real la donó a la Sagrada Imagen de Santa María de la Almudena. 29 de noviembre de 1.885“. Como se aprecia en la foto es un anillo de oro perlas y diamantes.
ANEXO GRÁFICO:
Vanderbilt ball. 26 de marzo 1.883:
Disfraz de la Sra. Alicia Gwynne Vanderbilt de “luz eléctrica” 26 de marzo de 1.883. Modelo de Worth. The Museum of the City of New York. Llevaba una batería oculta que permitía su iluminación. Posiblemente es el disfraz norteamericano más conocido y comentado. 51.284.3A-H.
Bradley-Martin Ball, 10 de febrero de 1.897:
Devonshire’s Diamond Jubilee Costume Ball, 2 de julio, 1.897:
Aclaración: Maud de Gales fue una princesa británica que por su matrimonio con Carl de Dinamarca se convirtió primero en princesa consorte de Dinamarca y reina consorte de Noruega después (fueron coronados el 22 de junio de 1.906). Él cambió su nombre por Haakon VII y el hijo de ambos, el príncipe Alejandro tomó el nombre de Olaf.
Baile celebrado en el Palacio de Invierno de San Petersburgo el 4 de febrero de 1.903:
El vestido de Alexandra Fyodorovna se ajustaba al modelo que había usado María Miloslávskaya esposa de Alexis o Alejo I de Rusia. Alrededor del cuello llevaba una creación de Fabergé confeccionada especialmente para esa fiesta: un collar cuyo centro era un zafiro cabujón de 159 quilates. El precio del conjunto sobrepasaba el millón de rublos (más de diez millones de dólares). Museo del Hermitage de San Petersburgo.
Algunos ejemplos de grabados de disfraces publicados en las revistas de moda españolas:
Artículos muy interesantes, pero que no se pueden utilizar en las clases de historia de la moda ya que no se dejan copiar con fines pedagógicos. Aún así, bien graficados, buena investigación. Felicitaciones.