EL COMERCIO DE TELAS EN EL SIGLO XIX: DE LOS VENDEDORES AMBULANTES A LAS TIENDAS DE MODAS.
El mercadeo callejero, los vendedores ambulantes y la venta de prendas en ropavejeros ya eran antiguos conocidos de las clases más desfavorecidas.
Hasta 1.830 el comercio, especialmente el de telas, se limitaba a pequeñas tiendas familiares con pocos empleados. De 1.830 a 1.840 asistimos a una década con predominio de las tiendas de novedades cuya máxima preocupación estaba centrada en el aumento de las ventas y, con este objetivo, el paso siguiente lo conformaron los grandes almacenes cuyo origen estaba en tiendas modestas mayoritariamente.
El seguimiento documental lo refleja claramente:
“En el postigo de San Martín, en la tienda de abaniquería, que está junto a la calle de la Sartén, hay un sujeto de industria, y habilidad muy sobresaliente, para componer todo género de abanicos, ya sean de nácar, marfil, hueso o madera; pero con tanta perfección y firmeza, que no se conoce por donde se hizo la compostura. Hace guías, medias guías y varetas nuevas de cualquier labor, calado o filigrana; tiene países de distintos géneros y muy primorosos. Dice más en su esquela de avisos y es que pintará cuanto le pidan en este género, pero sin el riesgo de que se coman o se pierdan los colores. Monta los abanicos a la extranjera, dándoles mucho vuelo, aunque tengan pocas varetas, y el pie chico; dejando la tela o países sin que por ninguna parte hagan arrugas, y tan fácil y pronto en el abrir y cerrar, como el abanico más viejo.”
Diario noticioso. Febrero 4 de 1.758. Número 3.
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“En la calle del Clavel, esquina de la de San Miguel, se traspasa una tienda joyería bien probeída [sic] de todo. Darán razón en ella misma.”
Diario noticioso. Lunes 17 de abril de 1.758. Número 145.
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“Ventas, Qualesquiera que necesite escaparates con sus bastidores con cristales, caxoneria y mostrador, para alguna tienda u otra cosa, acuda a Barrio nuebo, en la tienda de modista lo darán con equidad”. [reprod. literal]
Diario de Madrid de sábado 27 de diciembre 1.788. Nº 363.
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“En la calle de San Jerónimo, tienda de modas, frente a la librería de Copin, y del Despacho principal del Diario se halla un surtido de chupas y chalecos de entretiempo, cordados de seda, de precio de 70 a 400 rs.”
Diario de Madrid. Jueves 28 de agosto de 1.794. Número 240.
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“A la calle del Carmen, frente a la botillería, han llegado los género siguientes: abanicos, bastones, peinetas con camafeos, pendientes correspondientes, medallones, estuches de marfil, cajas para tabaco, alfileteros y cruceros elásticos para calzones. También se hallan basquiñas bordadas y mantillas; todo del mejor gusto y equidad.”
Diario de Madrid. Lunes 27 de mayo de 1.805. Número 147.
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“En la tienda de modas de París, sita en la calle Jacometrezo, número 14 nuevo, esquina a la de los Leones, hay un elegante surtido de huecos hechos de pluma fina, muy a propósito para el verano por su suma ligereza y frescura, propios para el uso de la señoras, y se venden a precios sumamente arreglados; también hay surtido de cuellos de blonda y sombrero de última moda para señoras y niños. En este mismo establecimiento de lavan canesús y gorras de blonda, dejándolo todo lo mismo que si estuviese nuevo.”
Diario de Madrid. Miércoles 4 de mayo de 1.836, Número 399.
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“El sombrerero establecido en calle del Arco de Santa María, núm 17, acaba de hacer un viaje a París, a fin de proporcionar máquinas para perfección de los sombreros que fabrica. A pesar de las ventajas que ofrece, no aumentan en nada los precios ya establecidos, que es el de dar un sombrero de su tienda de moda y perfectamente confeccionado, dando el consumidor un sombrero usado y la módica retribución de 20 reales.”
Diario oficial de avisos de Madrid. Domingo 24 de diciembre de 1.848.
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Podemos observar claramente cómo cambia el tenor de los anuncios cuando Arístide Boucicaut inaugura Le Bon Marché en 1.853.
“A todos los establecimientos de venta: MÁQUINAS GIRATORIAS PARA ESCAPARATES:
Construidas en París por el mismo estilo, de movimientos de relojes, tenemos dos en venta.
Son utilísimas en los establecimientos de quincalla, perfumerías, guanterías, etc., para la colocación de sus géneros que por este medio se presentan todos sucesivamente a la vista de los transeúntes.
Son indispensables en las peluquerías, tiendas de modistas corseteras o almacenes de modas, para ofrecer bustos de cera o madera que lucen en los escaparates la especialidad de cada comercio.
Se les da cuerda como a los más sencillos mecanismos y la tienen para seis horas.
Su colocación es facilísima y su precio arreglado.
No hay establecimiento puesto con un regular gusto en el estrangero [sic], que no use estos ingeniosos medios de presentar los géneros de la manera más seductora. Por bien colocado que esté todo en un escaparate, siempre hay rincones y ciertos objetos que por precisión quitan la vista de algunos otros. Con las máquinas de que hablamos nada de esto es posible. Los guantes, las corbatas, las cadenas, los frascos de perfumería y las hechuras de los trages [sic] y corsés, pasan poco a poco por ante los ojos del curioso sin ocultarle cosa alguna, antes bien presentándose la más vistosa y mejor colocada”.
Pueden verse en la Exposición extranjera, calle Mayor, núm. 19.
La Época, Madrid, 1.857. Año Noveno, nº 2.539.
No se trata de anuncios aislados. Hay muchísimos más.
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LOS GRANDES ALMACENES:
La Revolución Industrial trajo consigo una mayor capacidad de producción y unos transportes mucho mejores que hicieron posible que los productos llegasen a muchos más puntos de venta y que los clientes gozarán de mayor movilidad. Este avance en las comunicaciones permitió a su vez la llegada de mercancías de lugares muy distintos que de este modo ampliaban su radio de venta tradicional y ponía al alcance de los potenciales clientes un género mucho más variado sobre el que poder elegir a la hora de la compra. El transporte dejó de ser un privilegio de las clases altas porque una incipiente clase media irrumpía con fuerza en el panorama social.
Muchos trabajadores que trabajaban para ellos mismos en sus pequeños negocios comenzaron a emplearse con terceros de manera que se fue dejando a un lado el trabajo manual.
La mujer se iba incorporando al mercado laboral ocupando los puestos de trabajo que dejaban los hombres pero con unos sueldos menores que estos: secretarias, mecanógrafas, vendedoras, profesoras, etc.
Puede decirse que la moda de convirtió en tal con el “aumento” de los vestidos femeninos. Tanto la reina Victoria de Inglaterra, como la emperatriz Eugenia de Francia se decantaron por los miriñaques que con sus aros daban forma al vestido llevando estos más y más tela, ropa interior de algodón, corsé, tres o cuatro enaguas, pañuelos de encaje, pieles, mitones, medias, guantes, etc. etc. Todo este engranaje se cambiaba por lo menos dos veces al día. Y no olvidemos el luto, que imponía todos estos accesorios y ropajes en negro. La moda de convirtió en un símbolo de la clase social a la que se pertenecía y se convirtió en un concepto internacional gracias sobre todo a la prensa. (1)
La incipiente incorporación de la mujer al mundo laboral hizo evidente que la ropa tenía que cambiar. A esto se unió la práctica de determinados deporte tales como el golf o el tenis y el uso de la bicicleta.
La época victoriana está considerada como el inicio del consumismo. La clase media, que no contaba con títulos ni blasones, tenía que demostrar su estatus de alguna manera y ninguna mejor que exhibir sus pertenencias: muebles, lámparas, pinturas, ropas de calidad, etc. que se podían adquirir en el gran almacén que, consciente de este mercado potencial, hará lo imposible por atraerla.
Se levantaron edificios especialmente diseñados para albergar los grandes almacenes. En este campo fue fundamental la obra de Gustave Eiffel. En su mayoría disponían de un patio central coronado por una enorme cúpula. Las distintas plantas del gran almacén circundaban este patio. Es de destacar la grandiosidad de los escaparates a los que con el paso del tiempo se les incorporó luz eléctrica para su iluminación nocturna y las amplias zonas de venta por las que se podía circular libremente sin la obligación de comprar. Se fueron incorporando todos los nuevos avances tecnológicos como los ascensores o las escaleras mecánicas. Los ascensores aparecieron en 1.852 gracias al invento del americano Elisha Otis y las primeras escaleras mecánicas que se instalaron fueron las de Harrod’s (Londres) en 1.898.
En 1.880 aparecieron en EEUU los tubos neumáticos o tubos de Lamson, tubos numerados que iban desde el mostrador del vendedor a la caja central propulsados por aire comprimido, y esta les devolvía la factura y el cambio, si procedía, a través del contenedor.
No tardó en advertirse que la publicidad constituía una poderosa herramienta para el aumento de las ventas y se contrataron espacios publicitarios en la prensa para insertar anuncios o escribir sobre las excelencias de un determinado gran almacén. Las vistosas columnas Morris, tan vinculadas al paisaje urbano de París, se llenaron de carteles comerciales en diferentes idiomas y, más pronto que tarde, se organizarán exposiciones, conferencias, etc. en los mismos centros comerciales o, bajo el patrocinio de estos, en los lugares especialmente contratados para albergarlas.
Las revistas de moda femenina jugaron un papel decisivo y, como el nivel de alfabetización de la mujer no era precisamente alto, todas incluían numerosas ilustraciones por aquello de que “una imagen vale más que mil palabras”. La mayoría eran de corte conservador y orientaban sobre la moda del momento. Se podían adquirir los trajes ya hechos pero, como aún no habían aparecido las tallas estándar, se vendían sin terminar para que las damas los pudiesen adaptar a sus medidas en la intimidad del hogar solas o con la ayuda de la modista. Los grandes almacenes también vendían por catálogo y las campañas fundamentales eran tres: invierno, verano y Navidad. Se instalaron salas de lectura y para fumadores además de restaurantes y salones de té. Con los maridos entretenidos las mujeres podían hacer sus compras con toda tranquilidad sin que nadie las molestara y de este modo les resultaba fácil permanecer horas y horas en el centro consumiendo porque la hábil política de ventas del gran almacén ya había pensado por ellas y se había encargado de poner a su disposición todas las comodidades que contribuían al alivio de sus tareas cotidianas. A los niños se les regalaban globos y cromos coleccionables a la entrada para tenerlos entretenidos y despertar, de paso, su deseo de volver para completar su colección.
Muchos empleados vivían en el edificio de la gran tienda y su jornada laboral tenía doce horas. Con el discurrir de los años, ya a comienzos del siglo XX , se hicieron con sus propias viviendas siempre cercanas a su lugar de trabajo. Los salarios eran bajos y un rígido sistema de multas los penalizaba si llegaban tarde o no vendían lo suficiente.
Lo que está claro es que los grandes almacenes influyeron decisivamente en el cambio social que se produjo en el siglo XIX. También supusieron un lugar de escape para las mujeres que no podían ir solas prácticamente a ningún sitio. Evidentemente se la utilizó como primera herramienta para convertirlas en consumistas al por mayor, ya que su única diversión eran las compras. Ese fue un motivo de crítica constante. Como además se la consideraba ya de por sí inferiores, ese afán de gastar no hizo más que aumentar esa opinión. (2)
Con los grandes almacenes se afianza el comprar por comprar, primeros pasos de la sociedad de consumo.
(1), (2) https://www.madridvillaycorte.es/
Las voces que se alzaron contra los grandes almacenes no sirvieron para nada. En 1.887 se creó en Francia una liga contra los grandes almacenes y aparecieron las primeras publicaciones corporativas: la Reivindicación, la Crisis Comercial que intentaron que el Parlamento aprobara una ley contra los nuevos establecimientos. Finalmente al comercio no le quedó más remedio que aceptar la realidad e incorporar muchas de sus innovaciones. El comercio se renovaba o moría, los que no fueron capaces de darse cuenta de ello perecieron en el camino. (3)
Le Bon Marché.
En 1.853 Arístide Boucicaut inauguró el primer gran almacén: Le Bon Marché.
Aristide Boucicaut nació en Belleme en 1.810. Su padre era sombrero. A los 18 años se fue de casa y empezó a trabajar en la venta ambulante. En París conoció a Marguerite Guérin que había llegado a la urbe en 1.830 y empezado a trabajar de aprendiza en una lavandería, trabajo que dejó para emplearse en un restaurante en el que conoció al que sería su marido. El se empleó en Petit Saint-Thomas donde llegó a jefe de departamento. Paul Videau era el dueño de Le Bon Marché que tenía entonces 12 empleados y 4 departamentos. Aristide se asoció con él en 1.852 y en 1.863 le compró la tienda.
La primera piedra del que iba a ser el primer edificio construido expresamente para ser un gran almacén se puso en 1.869. Aristide murió ocho años después sin ver el edificio terminado. Le Bon Marché pasó a su hijo al que nunca le interesó el negocio. Este nombró a dos directores entre los socios de su padre para que gestionaran la tienda pero desafortunadamente él también murió y el negocio entonces pasó a la matriarca.
Madame Boucicaut se convirtió en una figura legendaria para el comercio francés, siempre discreta prefirió quedarse en un segundo plano dejando la gestión del negocio en manos de los socios. Consiguió que personas cercanas a ella entraran como asociados formando una sociedad comanditaria. De entre las personas de esta sociedad debían nombrase en el futuro tres gerentes. Esta fue la forma en la que el almacén funcionó las tres décadas siguientes.
Concedió la mayor importancia a la asistencia de sus empleados. En 1.876 creó un fondo de previsión para el personal que no exigía contraprestación financiera por parte de este y que se financiaba con cargo a los beneficios anuales. Su finalidad era aportar una suma adicional al empleado en el momento de su jubilación. Después creó fondo de pensiones que garantizaba una pensión a aquellos empleados que llevasen más de 20 años en el establecimiento y para ello aportó cinco millones de francos de su propio capital. Nunca olvidó sus orígenes humildes y ayudó en todo tipo de causas. Dejó su fortuna a instituciones benéficas para sus empleados. Murió en 1.887 y para entonces los almacenes contaban con poco más de 3 mil empleados y un volumen de ventas de de 123 millones de francos.
El arquitecto L.A. Boileau y el ingeniero Gustave Eiffel fueron los elegidos para levantar Le Bon Marché. En la parte superior del edificio estaban las oficinas y en el sótano un almacén desde el que se enviaba y recibía la mercancía. En un segundo sótano estaba la maquinaria de calefacción y, posteriormente, de iluminación. El almacén ocupaba casi 53 mil metros cuadrados.
En 1.906 el número de empleados era de 4.500 y las ventas sobrepasaron los 200 millones de francos.
Le Bon Marché también participó en diversas ferias internacionales llegando a tener incluso su propio pabellón en la feria mundial de París de 1.900.
En 1.860, en los almacenes originales, se introdujo un departamento de ropa lista para llevar. Las prendas masculinas comenzaron con camisas y corbatas expandiéndose después a otros productos. En 1.870 se añadió una sección para niños. Las alfombras comenzaron a venderse en 1.860 y las camas a partir de los 1.850. A partir de 1.870 se vendían también alfombras, mesas, sillas, etc. También aparecieron productos de viaje y el departamento de perfumería en 1.875. En 1.880, papelería y juguetería y después joyería e incluso artículos para caballos. Boucicault no era partidario de incorporar líneas nuevas de productos pero, aún así, se fueron añadiendo paulatinamente, como se puede comprobar, porque siempre pensó que era un almacén dedicado a telas y a todo lo que guardaba relación con ellas.
Los almacenes se autofinanciaban para no depender de fuentes de financiación externas y tal fin se organizaron departamentos de compras propias evitando así a los intermediarios.
“Las grandes rebajas blancas” se celebraban a finales de enero y pronto se convirtieron en la semana de ventas más fuerte del año.
La mayoría de los empleados procedían de clase media y muchas veces tenían tiendas propias. Las mujeres eran asignadas a las secciones femeninas. A ambos sexos se les exigía experiencia previa pero a cambio sus salarios eran más elevados que los de la media y las condiciones laborales más favorables. Recibían comisiones sobre el número de ventas y tenían la posibilidad de ascender dentro de la empresa. Debían cumplir las normas escrupulosamente y rara vez tenían contacto con los dueños. Los empleados que no tenían familia en París y las solteras se alojaban en la planta superior del edificio. Disponían de una sala común con piano para las mujeres, una sala de juegos con mesas de billar para los caballeros y una biblioteca con 400 libros. Todos los empleados comían en los almacenes dos veces al día y los alimentos eran siempre de buena calidad por orden expresa de la dirección. La empresa se preocupó por tener programas de educación y ocio para los empleados, como clases de idiomas, y envió incluso a los mejores estudiantes durante seis meses a Londres para perfeccionar sus conocimientos. Se impartían clases periódicas sobre temas históricos, científicos, y literatura. Además recibían clases de esgrima y música. De hecho las clases de música se convirtieron en una sociedad musical que actuaba en concursos. A partir de 1.870 un médico les atendía gratuitamente tres días a la semana. Se celebraban una serie de actos anuales como la excursión veraniega, las fiestas de Navidad, etc. Se ofreció a los empleados invertir sus ahorros abriendo cuentas con un 6% de interés.
Se intentaba que se mantuvieran alejados de los cabarés y les estaba prohibido jugar a las cartas.
“A la categoría de las fiestas, aunque más bien a la del reclamo, pertenece la dada noche pasada en el establecimiento del Bon Marché. Ya no bastan los anuncios en los periódicos, ni los que se reparten con profusión por las calles, ni los cuadros anunciadores, ni los carteles y demás medios de que se valen los industriales para llamar la atención del público, sino que compitiendo éstos en inventiva, se valen de las «mujeres reclamos» de las que indiqué algo en mi última correspondencia, o, como el Bon Marché, de un concierto gratuito, dado en su inmenso local.
En honor de la verdad, debo decir que el golpe de vista que dicho establecimiento presentaba era encantador, habiéndosele convertido en menos de una hora en un espaciosísimo salón de concierto. Como es de presumir, la concurrencia era enorme, y entre ella se veían muchas señoras luciendo elegantes trajes.
Los coros, compuestos únicamente de los empleados de ambos sexos de la casa, han sido calurosamente aplaudidos. El barítono Faure ha cantado varias piezas con su maestría habitual, entre ellas un dúo de Mireille con Mlle. Massón. M. Delmas tuvo que repetir una pieza de Fílemón y Baucis. El programa del concierto, en el que entraban también canciones y parodias, ha dejado satisfechos, a los espectadores, e inaugurado dignamente la estación de invierno en los favorecidos almacenes del Bon Marché.
Es de esperar que estos conciertos-reclamos tengan pronto imitadores, y que los demás almacenes se apresuren a seguir la moda inaugurada con tan buen éxito por aquél.”
Anarda. El Salón de la moda.1886. Año III, nº 53.
Apareció la cleptomanía, el gusto de robar por robar por parte de mujeres que no necesitaban para nada lo que se llevaban sin pasar por caja porque tenían su vida resuelta.
Ya en los años 1.920 apareció otro gran competidor del ‘Bon Marché’, Las Galerías Lafayette que, junto a Printemps, eran ya tan importantes como aquel. Era también la época en que los grandes almacenes que habían revolucionado el mundo comercial de las ciudades dejaron de ser un lugar mágico y se convirtieron en algo habitual en las vidas de los ciudadanos. ‘Le Bon Marché’ pasó a ser una sociedad anónima y hacia 1.980 fue adquirida por otra empresa. Actualmente sigue siendo uno de los grandes almacenes más populares de la capital francesa.
El Paraíso de las Damas (Au Bonheur des Dames) de Emile Zola, volumen número once de la serie Les Rougon Macquart, se inspiró claramente en Le Bon Marché. Fue publicado en 1.883. La intención del autor era escribir una novela que reflejara claramente la influencia que los nuevos comercios ejercieron en las francesas y el rechazo que provocaron en el comercio tradicional.
La joven Denise Baudu que había trabajado como dependienta de un comercio de ropa en su ciudad llega a París junto con dos sus hermanos menores tras la muerte de sus padres en busca de trabajo. A su tío, dueño de “El viejo Elbeuf”, que está pasando por graves problemas financieros porque no puede competir con los grandes almacenes “El Paraíso de las Damas”, no le es posible darle ocupación pese a que se lo ha prometido en una carta. Denise acaba trabajando en los grandes almacenes aunque su familia no le ve con buenos ojos. Octavio Mouret es el propietario de los almacenes. Denise irá ascendiendo poco a poco y sus vidas se cruzaran. Al margen de la historia lo verdaderamente relevante de la obra es el fiel retrato que Zola hace de la realidad comercial de la época.
Nota: La descripción de Le Bon Marché es un resumen, hasta donde ha sido posible, del texto que aparece en https://www.madridvillaycorte.es/.
Miller, Michael B. Le Bon Marché. Bourgeoise Culture and the Department Store, 1.869-1.920.
Esta son las características de los grandes almacenes del siglo XIX siguiendo el patrón de Le Bon Marché:
El denominador común de la mayoría de los grandes almacenes es su origen que se encuentra en la transformación o ampliación de comercios o tiendas tradicionales, fundamentalmente de tejidos.
1ª) Es un establecimiento dividido en varias plantas y numerosas secciones con productos muy variados para vender y una decoración espléndida, óptima para hacer atractiva y agradable la permanencia del cliente en el centro.
2ª) Estancias y departamentos perfectamente iluminados para que el cliente capte hasta los más mínimos detalles de los productos. La instalación eléctrica contribuyó de manera decisiva en la aplicación de esta premisa. Los expositores y salas de los diferentes departamentos debían aparentar que estaban organizados de manera casual, creativa e innovadora.
3ª) Acceso libre y libertad de movimiento dentro del centro sin necesidad de comprar obligatoriamente.
4ª) Dependientes sobriamente uniformados.
5ª) Precios fijos porque todos los productos se encuentran debidamente etiquetados. Se acaba así con el regateo y con frases poco afortunadas como: “ud. no puede permitirse esto” o “esto no está a su alcance”, respuestas que solían dar los dependientes cuando se les preguntaba por el precio de una mercancía tras mirar de arriba a abajo al cliente.
6ª) Posibilidad de devolución o cambio sin cargo adicional para el cliente.
7ª) Servicio de entrega a domicilio.
8ª) Autofinanciación sin necesidad de recurrir a intermediarios.
9ª) Precios bajos para poder competir. Aunque se obtienen menos beneficios los artículos circulan bastante más. Esto se hizo sobre todo en la etapa inicial.
10ª) Sala/s de lectura con periódicos de libre consulta. Cafetería, restaurante y salas para fumadores.
11ª) “Las grandes rebajas blancas” a finales de enero.
12ª) Publicidad en los medios de comunicación (revistas, coches de tiro, columnas, etc.) y en especial en las revistas de moda; patrocinio de espectáculos y exposiciones, bien en su propia sede o externos, y carteles políglotas.
13ª) Primas a los empleados según su volumen de ventas y formación a cargo de la empresa.
14ª) Venta a domicilio mediante la edición de catálogos. (4)
El éxito alcanzado por Arístides Boucicaut y Le Bon Marché no tardó en ser imitado:
En 1.855 Chauchard y Hériot abrieron El Louvre, unos grandes almacenes dirigidos a la clase alta de París que muy pronto se convirtieron en uno de los almacenes más atrevidos de la ciudad. Secciones de muebles, de artículos del hogar y de una serie de mercancías, que hasta entonces se vendían exclusivamente en tiendas especializadas, fueron añadidas a la oferta inicial de textiles.
En 1.856 Javier Ruel inauguró el Bazar de l’Hotel de Ville. En 1.865 Jules Jaluzet, antiguo empleado de Le Bon Marché, abrió los almacenes Printemps en el bulevar Haussmann. Fueron los primeros que contaron con electricidad. En 1.869 se abrió La Samaritaine y finalmente en 1.889 las Galerías Lafayette. Su origen está en una pequeña mercería que tenían Theophile Bader y Alphonse Kahn. En 1.912 se inauguró el centro de Galerías Lafayette que ya es prácticamente el que vemos hoy.
En diferentes provincias francesas Aristides Conlorbe, Leon Demogé y Victor Viel pusieron en marcha dos grandes cadenas: Le Galerie Moderne y las Nouvelles Galeries.
Lewis, Marks & Spencer o Harrod’s tienen su origen en comercios tradicionales. Henry Charles Harrod, fundador de Harrod’s, era un comerciante de té que compró una tienda modesta de ultramarinos. En 1.874 ya se había instalado en un enorme edificio y había lanzado su primer catálogo. Muy pronto Harrod’s se convirtió en el almacén más lujoso de Inglaterra. Abriría después Selfridges cuyo dueño, el estadounidense Harry Gordon Selfridge, había iniciado su andadura comercial en Marshall Field en Chicago como dependiente, puesto que dejó para venir a Inglaterra y abrir su primer negocio en 1.905.
En 1.881 se inaugura Karstadt en Weimar, Alemania, que inicialmente era un pequeño negocio con un empleado. En 1.915 abrió su primer almacén y en 1.929 ya contaba con ochenta y nueve sucursales repartidas por las principales ciudades del país.
En Austria destacaron los almacenes Kastner & Ohler. Su origen se remonta a 1.873, año en el que los hermanos Ohler y su cuñado Kastner inscribieron en el Registro Comercial de Troppau-Moravia la compañía Kastner & Ohler Haberdashery. Poco después se establecieron en Viena y en otras ciudades importantes del país, donde abrieron sus primeros establecimientos. En 1.883 editaron su primer catálogo. Desde 1.894 comenzaron a mostrar la mercancía en grandes mostradores e instalaron en sus tiendas el primer ascensor para clientes.
En Estados Unidos los almacenes Lord Taylor, Jordan March Macy’s (Nueva York o Marchal Field Chicago) también nacieron de la ampliación de pequeños comercios textiles. Sears Roebuck empezó en 1.886 y durante décadas vendió solamente por catálogo hasta 1.925, año en el que se inauguró su primer gran almacén en Chicago.
En Australia Otto Peters (hijo de un inmigrante alemán) y John Martin (inmigrante de Inglaterra) formaron una sociedad en 1.866 para abrir una tienda de tejidos cuyo nombre inicial fue Peter & Martin. Su expansión se produjo al término de la Segunda Guerra Mundial.
«Curiosa por demás es la historia de la fundación de los almacenes de géneros de París, que realizan ganancias en mayor escala.
Son éstos La Belle Jardiniére, fundado en el año 1.826, y que reporta a sus propietarios una ganancia líquida de 2.400 millones de francos al año; Le Bon Marché, instalado modestamente en 1.852, y con una venta, en la actualidad, de 150 millones de francos al año; el Louvre, establecido en 1.856, y que gana líquidos 8.360 millones de francos, y Le Printemps, que vende mercancías por valor de 35 millones de francos al año.
Todos estos grandes almacenes de novedades funcionan poco más o menos de la misma manera. Cada sección forma en ellos una especie de casa de comercio aparte dentro de la casa grande, con su jefe especial, su contabilidad, sus objetos de ganancia y sus «objetos de reclamo.» Esto de «objetos de reclamo» es una innovación que no se ha practicado o se practica todavía muy poco en España: consiste en vender con pérdidas determinados objetos, a fin de atraer parroquianos. Así se explica que, por ejemplo, haya en París un bazar donde se vendan al año 1.500.000 pares de guantes: es que en este almacén los guantes son uno de los «objetos de reclamo.»
El Salón de la moda. Año XIII, 7 de enero de 1.895 N º 289.
Vis cómica:
Litografía de Honoré Daumier (1.808-1.879) titulada “Los grandes almacenes, cada vez más monstruosos“,
«- ¿Me podría indicar, por favor, la sección de gorros de algodón?
– Al fondo de la novena galería a la derecha, después la cuarta a la izquierda, y cuando llegue a la sección 15 pregunte por los gorros de algodón. Allí le indicarán perfectamente el camino.
– ¡Ah, caramba… qué rabia de haber dejado mi cabriolé en la puerta!»
Publicada en in Le Charivari, 18 agosto, 1.844.
LOS ALMACENES POPULARES: clase baja y pequeña burguesía:
La aparición de la clase media fue determinante para el nacimiento de los grandes almacenes porque, una vez que había cubierto sus necesidades, podía acceder a un mayor nivel de consumo. Determinantes fueron también el desarrollo de la producción industrial, de las grandes ciudades y de los medios de transporte como venimos viendo.
Las clases populares seguían siendo fieles a la venta a la venta ambulante y ocasionalmente compraba en las pequeñas tiendas de barrio. F. W. Woolworth pensó que había llegado el momento de crear una cadena de pequeños almacenes para surtir a las clases más bajas que vendiera artículos de uso común y a precios accesibles. En 1.879 abrió un almacén en Utica (estado de Nueva York) en el que todo se vendía a cinco centavos y a esta tienda le siguieron otras en distintos pueblos y ciudades. W. Woolworth introdujo una nueva práctica empresarial, que consistía en asociarse con otros comerciantes vendiéndoles su idea en una especie de franquicia. Y así, en cada pueblo o ciudad donde decidía abrir un establecimiento de su marca, buscaba un socio que invertía la mitad del capital necesario para poner en marcha la sucursal, y que participaba al 50% de los beneficios y la distribución de tareas. Mientras que él se ocupaba del diseño, de las compras y de la contabilidad, el asociado se hacía cargo de las ventas y de la dirección de la sucursal. (5)
En 1.912 todos los asociados se fusionaron y empezaron a cotizar en bolsa. Vendían textiles, menaje del hogar, pequeños utensilios de todo tipo, sobre todo de ferretería y alimentos no perecederos. La atención al cliente no era tan cuidada como en los grandes almacenes y la calidad de los productos bastante menor pero precisamente por esto se podían reducir los costes y los precios.
Los almacenes populares vinieron a llenar el vacío de los grandes almacenes en cuanto que satisfacían las necesidades de las clases bajas y de la pequeña burguesía.
(3) y (5) Pilar Toboso Sánchez. Documento de Trabajo 2002/2. Grandes almacenes y almacenes populares en España. Una visión histórica. Universidad Autónoma de Madrid. Fundación SEPI (antes Fundación Empresa Pública)
(4) Estévanes Rodríguez, María Gucimara y Corujo, Verónica. Los grandes almacenes del siglo XIX. Escuela de Arte y Superior de Diseño de Gran Canaria. 2.014.
En España habrá que esperar al siglo XX para el afianzamiento de los grandes almacenes aunque hay que reseñar dos excepciones: Los Grandes Almacenes el Siglo en Barcelona y los Almacenes París–Madrid en Madrid, estos últimos del primer tercio del siglo XX, que no llegaron a la magnificencia de Le Bon Marché pero al menos lo intentaron :
Los Grandes Almacenes El Siglo fueron los más modernos del país, se fundaron en 1.881 por los señores Conde Giménez, Ricardo Gómez del Olmo y Pablo del Puerto. Llegaron a contar con 1.050 empleados en plantilla más otros 600 trabajadores que desde sus casas trabajaban para ellos. En el momento del cierre tenían 75 secciones de venta, peluquería, café, estanco y telégrafos, 25 camiones de reparto, y sucursales en distintas ciudades españolas. Se incendiaron el 25 de diciembre de 1.932.
Los Almacenes Madrid-París abrieron sus puertas el 3 de enero de 1.924 y dieron en quiebra por graves errores de gestión de manera que se cerraron el 8 de enero de 1.934 dejando sin trabajo a más de 300 trabajadores.
El comercio tradicional siguió predominando en España hasta la llegada de los grandes almacenes: tiendas pequeñas, sin precios fijos y, en consecuencia lógica, el inevitable regateo. Los artículos se mantuvieron metidos en baúles sin ser expuestos a la vista del público para evitar su deterioro: “El buen paño en el arca se vende“. Las nuevas tendencias comerciales europeas no llegaron a las tiendas españolas aunque sí dejaron sentir su influencia y por eso se las quiso imitar aunque fuera solo en el nombre que se les asignó en sus rótulos.
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LOS PASAJES COMERCIALES DE MADRID.
La primera ciudad que contó con ellos fue París y de allí se extendió la moda al resto de Europa. Eran calles no muy largas con tiendas consecutivas a ambos lados en la planta baja y en algunos también las había en los pisos superiores. Es techo era de cristal la mayoría de las veces para que dejara pasar la luz. Junto a los comercios convivían cafés y restaurantes e incluso se dejaban ver y oír actuaciones musicales. Aparecieron en la época de Isabel II. La desamortización propició la compra de bienes de la Iglesia por parte de la nobleza y de los burgueses adinerados. Madrid no era una ciudad industrial y además carecía de materias primas de manera que la actividad lógica se centraba en el comercio. El acondicionamiento de la Puerta del Sol hizo que se convirtiera en un lugar propicio para negocios comerciales.
Al contrario que en París (Vivienne, Choiseul o des Panoramas), la mayoría han desaparecido bajo la piqueta.
En opinión del profesor Sambricio cuando burguesía dejó el centro de la ciudad y se traslada al ensanche, el Barrio de Salamanca, y comenzó a tener allí sus comercios, los pasajes empezaron a dedicarse al comercio menor y decayeron. Los factores climatológicos contribuyeron también a su languidez, como opina Carmen del Moral, porque los pasajes tienen mucho sentido allí donde ofrecen un refugio contra el mal tiempo y este no es caso de Madrid cuyo clima favorece la vida al aire libre.
Pasaje de San Felipe:
Data de 1.839 y se edificó en un solar que había pertenecido al convento de san Felipe Neri (entre Bordadoras e Hileras). Tenía tiendas a ambos lados, un mercado y un gabinete de lectura de periódicos.
No fue rentable económicamente y desapareció.
Pasaje Matheu o Villa de Madrid:
Se sitúa entre Espoz y Mina y la calle de la Victoria. Data de 1.847. Toma el nombre de Manuel Matheu que quiso convertir el suelo de un antiguo convento derribado en un negocio comercial. Tenía dos plantas de tiendas al gusto francés y viviendas. La cubierta, hoy desaparecida, era de cristal
Hoy es una zona peatonal con bares y restaurantes a ambos lados.
Pasaje Murga:
Entre las calles Montera y de las Tres Cruces. La saga Murga era de ascendencia vasca. José Murga, Marqués de Linares, tenía varias fincas en la calle de la Montera. Mateo Murga , el primero de ellos, se dedicó a sus actividades comerciales y después a los negocios financieros. Formó parte de los consejos de administración de varias empresas, fue elegido a Cortes por los progresistas, y fue uno de los personajes más adinerados de su época. Cuando murió su hijo José se hizo cargo del patrimonio familiar. Esta familia es la dueña del Palacio de Linares.
Conserva el exterior y los espacios comerciales interiores.
Carmen del Moral, Los pasajes comerciales de Madrid.
Sergio C. Fanjul. Pasajes sin salida. El País. 25 de octubre de 2.013.
https://www.madridvillaycorte.es/grandesalmacenes-madrid.php
APROXIMACIÓN A LA ALTA COSTURA: ROSA BERTIN Y A CHARLES FREDERICK WORTH.
Charles Frederick Worth (1.826 -1.895), es considerado el padre de la alta costura. El sueño dorado de todas las damas adineradas de la época consistía en tener en su vestuario trajes de Worth y ser retratadas por Franz Xaver Winterhalter (1.805-1.873): el binomio perfecto del lujo.
Antes de Worth y exceptuando a Marie-Jeanne Bertin conocida como Rose Bertin (1.747-1.813), marchande de modes, que fue la diseñadora personal de María Antonieta, que junto al peluquero Léonard Autié creó los más excéntricos atuendos para la soberana y que es considerada como una pionera de la alta costura francesa, los diseñadores de moda habían sido personas relativamente humildes que iban a coser a las casas de las señoras que les contrataban. Normalmente eran mujeres. Worth por el contrario exigía a las damas que fuesen a él.
Rose y María Antonieta se conocieron a través de la duquesa de Chartres iniciando una larga relación, al principio meramente comercial, que con el tiempo se convirtió en amistad. Rose se inició como aprendiza en Au Trait Galant. Tenía acceso libre a la reina y era arrogante, despótica e insolente. Su taller, Au Grand Mogol, estaba situado en la calle Saint Honoré. En su puerta un cartel indicaba: “proveedora de la corte“. Acudía dos veces por semana al jour fixe (día de prueba) con la reina que de manera extraoficial la llamaba su ministre des modes (ministra de la moda). Los precios de sus creaciones eran desorbitados pero eso no impidió que le llovieran los encargos de distintos países como Rusia, Suecia, Austria o Inglaterra. Entre sus clientas se encontraban la reina Sofía Magdalena de Suecia, la reina María Luisa de España, la zarina María Feodorovna o la duquesa de Devonshire por citar solamente algunas ya que fueron muchas las damas aristócratas que requirieron sus servicios. Por encargo de María Antonieta vistió muñecas a la última moda para regalarlas a sus hermanas y a su madre la emperatriz María Teresa I de Austria y que también fueron enviadas a las distintas cortes europeas donde actuaron como figurines (las conocidas Pandoras de las que he hablado en otro lugar de esta web) con la medida intención de que, a partir de ellas, Rose incrementase sus ya numerosos pedidos. Fue amasando una considerable fortuna que le permitió comprarse dos palacios y ampliar su Au Grand Mogol con treinta empleados y trasladarlo a la rue Richelieu. En vísperas de la Revolución apareció en diferentes panfletos tildada de fabricante de lujos, corrupta y corruptora. Su buena estrella se apagó con la ejecución de María Antonieta. Se marchó a Londres huyendo de El Terror (la Terreur) en 1.793 porque, si bien Au Grand Mogol no había sido expropiada por los revolucionarios, ella sí estaba en su punto de mira. Allí trabajó de manera mucho más modesta.
Rose incluyó en sus vestidos un monograma con sus iniciales por lo que se la puede considerar precursora de la firma de los mismos como obra de autor, una norma que años más tarde quedó definitivamente establecida por Worth.
Sobre Charles Frederick Worth se ha escrito hasta la saciedad desde la biografía más concreta a los estudios más especializados.
Vamos a dejar hablar a la prensa de la época, para la que no pasó desapercibido, a le que tanto le costó acostumbrarse a llamarle modisto y no sastre.
“… pero lo que hay de cierto es que estamos presenciando una intemperancia de lujo, del cual es el gran ordenador el sastre Worth, de la calle de la Paz. Worth es el favorito de las mujeres más ilustres y más lindas, y está haciendo una competencia desastrosa a las mejores modistas. El da el tono a la moda; es él el que encuentra los nuevos modelos, las nuevas formas; el corta los trajes y los prueba por sí mismo; él es escuchado como el Gran Lama; y es del mejor tono, cuando se va a su casa, apretarle la mano y hasta beber con él una copa de Jerez. Pero Worth a quien todos estos favores no desvanecen, no presenta con menos exactitud sus facturas, y se ha convenido que es menester pagarlas a presentación, so pena de ser mal mirado. Se puede hacer esperar a la camisera, a la modista, al joyero: esto importa poco; pero hacer esperar a este pobrecito Mr. Worth… ¡sería un crimen!”
Severiano de Heredia. Revista hispano-americana (Madrid. 1.864). 12-7-1.865.
“En París hay un sastre que se llama Worth, y aunque parece un sastre es una sastra, o mejor dicho, un modisto. El Sr. Worth tiene una reputación piramidal para vestir a las mujeres. Su imaginación es tan fecunda, que todas las damas elegantes recurren a él. Bueno es que haya un hombre que sepa vestir a las mujeres, cuando la mayor parte no sabemos más que desnudarlas”
Gil Blas (Madrid. 1864). 7-5-1.868, página 4.
“Es un espectáculo curioso el que ofrecen los principales boulevards, y sobre todo la rue de la Paix, en la que se ven multitud de carruajes de extranjeros que acceden a las tiendas (las más caras de París) para surtirse da tantas cosas superfluas que tan necesarias son al sexo bello para atraer al feo. La casa del famoso sastre Worth parece la de un magnate en día de recepción, a juzgar por el número de carruajes que hay a su puerta y por la elegancia, y a veces la belleza, de las señoras que entran y salen al palacio de la moda, alegría de las damas y tristeza de padres y maridos. Pero no se crea por eso que las familias francesas acuden a menudo a la casa del gran desollador. La francesa es económica por educación y por necesidad, en general, y un objeto de casa de Worth es para ellas una cosa extraordinaria, pues casi todas tienen sus costureras inferiores a quienes saben dirigir y por quienes no se dejan saquear.
Las extranjeras pagan por aquellas bien porque tienen dinero, y el deseo de volver a sus países mostrando lo mejor, o lo que les han hecho creer ser lo mejor, están siempre de prisa y no reparan en el precio. Generalmente las extranjeras compran lo que no pueden vender a las francesas.
De ciertas damas sé yo qué hacen regalos de alhajas a la copeuse y a la essayeuse de casa de Worth, regalos que van haciéndose una costumbre, para tener a estas dos notabilidades contentas y propicias.
La que corta los vestidos y la que los prueba son dos empleadas necesarias en casa del sastre a la moda, y todas las señoras las miman y las agasajan para que sean complacientes.
Solo cuando Mr. Worth tiene grande interés en una toilette, por ser una gran dama a quien quiere complacer, o porque calcula que puede aumentar su europea reputación, entonces desciende a cortar y a probar él mismo los vestidos, tolerando las señoras más púdicas que lleve sus manos a donde no permitirían ni una mirada intencionada a otro que no fuera el modisto.
Madama Worth empezó su carrera por ser essayeuse en casa de Gagelin, rue Richelieu, en donde conoció al que fue más tarde su marido, que ocupaba el puesto de coupeur. Al casarse salieron da la tienda donde se habían conocido para establecerse donde hoy se encuentran; solo que madama Worth no se digna mostrarse en el teatro de los triunfos y del pactolo de la rue de la Paix, sino que se pasea en coche por el Bois y recibe visitas en su suntuosa casa de campo de las inmediaciones de París.
ACTEOS in La Época (Madrid. 1.849). 14-11-1.874, n.º 8.063, página 1.
Cuenta el historiador francés Hipólito Taine como las damas, ávidas de ser vestidas por Worth, le esperaban en el salón:
“Esta seca, tenebrosa y nerviosa criatura las recibe, vestido con una chaqueta de terciopelo, tendido descuidadamente sobre un diván y con un puro en los labios. Les dice: ¡andad!, ¡volveos!, ¡bien!, volved dentro de una semana y os compondré una toilette que os vaya”. Ellas no eligen. Lo hace Worth. Necesitan que alguien las presente. “Mme B., un personaje del Beau Monde y elegante por añadidura fue el mes pasado para encargarle un vestido.
– Madame – dijo él, ¿de parte de quien venís?
– No entiendo, – dice la señora
– Me temo que necesitáis una recomendación para poder ser vestida por mí.
– La dama se fue enojada mientras otras damas decían entre sí: “No me importa lo grosero que sea con tal de que me vista”.
Worth tuvo seguidores pero ninguno le igualó.
Laver, James: Breve historia del traje y la moda. 11ª ed. Madrid: Cátedra, 2.008.
Y sí, Worth debió ser bastante excéntrico:
“Worth, el célebre modisto parisién, ha llegado al colmo de la excentricidad. ¿Saben las lectoras cómo ha recibido a sus clientes este año? Pues vestido con un extraño traje de fantasía: calzón ancho y corto de terciopelo marrón, medias de seda del mismo color, bordadas con hilo de oro; escarpines de charol, con gran lazo marrón; una chupa de terciopelo con chorreras de encaje y una especie de manto veneciano de seda roja, guarnecido de pieles riquísimas.
Llevaba pendientes del costado izquierdo unas grandes tijeras de oro, y en la mano derecha una varita de ébano. Worth es viejo, muy alto, gasta bigote muy retorcido, y su aspecto, con tan extraño traje, es de lo más estrambótico que puede imaginarse.
Recibe a sus clientes en un salón rodeado de espejos, y presencia solemnemente las operaciones de la prueba de los trajes que hacen las oficialas. Cuando algo le disgusta, toca con su varita de ébano; y si su desagrado llega al colmo, coge las tijeras y rasga sin compasión. Con gasas figura mangas y cuerpos; y después de darles con unos cuantos golpes de sus ágiles manos la forma que desea, exclama muy satisfecho:
— ¡Voilà une création!
Y la création se la hace pagar dos mil o tres mil francos cuando menos.
Así ha hecho un gran capital y vive como un personaje, en un elegante hotel del Bois de Boulogne, rodeado de un jardín, en el que imita con macizos de flores, colas de trajes de baile y mantos de Corte.
Cuando llega a París alguna de sus grandes clientes extranjeras, las obsequia con un espléndido té, servido en una magnífica vajilla de Sèvres, que perteneció a Napoleón III.
Worth tiene un hijo, que se dedica a la misma profesión que ha hecho rico y célebre a su padre.”
El abate en La Última moda: revista ilustrada hispano-americana. Madrid, 1.893. Año VI, nº 305. 1.893.
Es evidente que Worth revolucionó el mundo de la moda. Fue respetado y odiado a la vez pero lo cierto es que nadie se atrevió a rebatir su autoridad:
“Un modisto o una modista (la diferencia es corta), que siendo de España y teniendo aquí su establecimiento, pretendiera imponer o poner de moda un traje algo lijero [sic] o un poquito desigual, se estrellaría contra la unánime protesta de las damas españolas; pero si el vestido viene aquí con la etiqueta de Worth, el desprecio caería en las que no lo lucieran.”
A.M. in El Día. Edición de la noche 16 de enero de 1.892. nº 4.212.
Muchos de sus maravillosos trajes se encuentran hoy expuestos en los principales museos del mundo. Ni uno solo es igual a otro y constituyen un auténtico regalo para vista. Cualquiera de ellos nos dice a la primera mirada que su mano ejecutora fue la de un gran artista.
Más información sobre Worth en esta misma web: https://xn--casademuecasgarnata-23b.es/un-hobby-didactico-y-apasionante/charles-frederick-worth/
LAS TIENDAS DE MODAS Y LAS MODISTAS EN EL MADRID DECIMONÓNICO:
Como he dicho, en España los grandes almacenes tendrían que esperar al siglo XX para abrir sus puertas salvo algunas excepciones ya mencionadas como los Grandes Almacenes el Siglo en Barcelona o París–Madrid en Madrid y no existiendo más que estudios puntuales sobre determinados comercios, propongo al lector un breve paseo por las tiendas de modas y talleres de Madrid en el siglo XIX.
La perfumería Diana, la quincallería Lacombe, los almacenes Villa de Madrid y Ángel Fernández de los Ríos.
La Guía de Madrid de Ángel Fernández de los Ríos, publicada en 1.876, nos permite saber que en el Madrid en 1.834 las tiendas eran modestas, sin escaparates, que se cerraban a las dos para el almuerzo, y que se volvían a abrir a las cuatro de la tarde. En el año siguiente, 1.835, dos tiendas destacaron sobre las demás, la perfumería de Diana en la calle Caballero de Gracia y la quincallería Lacombe en el nº 1 de la calle de de la Montera. Ambas se montaron siguiendo el modelo parisiense y fueron provistas de escaparates, que hasta entonces no se usaban, mostradores copiados de los franceses, y anaquelerías. Las dos tiendas entrarían en el rango de tiendas elegantes y abrieron el camino a una reforma en las tiendas madrileñas que hasta el momento estaban como aletargadas esperando a que los clientes decidieran entrar a comprar. Una década después en un intento de imitar los grandes almacenes de Londres y París se abrieron establecimientos de proporciones considerables en los Pasajes de Murga y Matheu y en un extenso local de la calle del Carmen que, aunque los calcaron en todo, terminaron por fracasar especialmente los almacenes La Villa de Madrid. La causa fue doble: de un lado la escasa disposición al consumo del pueblo de Madrid y de otro que la capital de España no contaba con fábricas ni industrias. El factor positivo de este conato fue evidenciar que la iniciativa privada estaba capacitada para abrir excelentes almacenes, tiendas, y bazares que no desmerecían en absoluto en cuanto a formas y surtido si se las comparaba con los modelos parisinos y londinenses. A raíz del amago de creación de grandes almacenes el vocabulario mercantil se afrancesó. Más adelante, y en este apartado, veremos que el afrancesamiento fue una práctica de lo más común.
Las delicias de tocador que se vendían en la perfumería de Diana, la primera perfumería de lujo de Madrid, según se observa en su catálogo, tenían todas nombres extranjeros: “Pomada de tuétano de vaca suiza” para hacer crecer el cabello, “Perlas oleaginosas del Paraguay” para teñir las canas, “Aceites de Florencia, de San Petersburgo o Madagascar” para dar brillo a la cabellera. Para blanquear el cutis se empleaban la “Leche de Bengala o de Atenas” y el perfume indio de Meliber.
Este es uno de sus muchos anuncios que aparecieron en la prensa reproducido literalmente:
“Perfumería de Diana. CALLE DEL CABALLERO DE GRACIA, 28. PROVEEDOR DE SS. MM. Y AA. En este antiguo y acreditado establecimiento, tan conocido del público por la superioridad y legitimidad de sus productos, se sigue expendiendo las verdaderas TOHALLAS DE VENUS legítimas inglesas, cuyo artículo se recomienda por sus excelentes cualidades para la conservación y hermosura del cutis, y por la economía que su uso reporta. También se hallarán el EXESIS FOR SHAVING, composición inglesa para afeitarse sin necesidad de jabón ni agua; los dentífricos más superiores, bien sean polvos, aguas u opiatas, tanto inglesas como francesas; el extracto superior inglés de RONDELETIA; las PRENTANERAS y ALMOHADILLAS perfumadas, y toda clase de líquidos para teñir el cabello y la barba.”
“Todavía el año de 1.834 no había en Madrid otras que tiendas mal surtidas, cuya apariencia exterior en nada se diferenciaba de las que se veían en los pueblos más atrasados: todas carecían de escaparates y se cerraban a las dos de la tarde para que comieran los dueños y dependientes, no abriéndose hasta dos horas después en el verano para que tuvieran tiempo de dormir la siesta, patriarcal costumbre que, extendiéndose a todas las casas y personas, daba a la villa, a mitad del día , el triste aspecto de una Pompeya voluntaria, En 1.835 llamaron la atención general la perfumería de Diana, que aún existe en la calle del Caballero de Gracia, y una tienda de quincalla, que con este apellido por muestra: “Lacombe”, se abrió en el núm. 1 de la calle de la Montera, casa que ha sido derribada para ensanche de la Puerta del Sol: colocaron ambas las primeras portadas y escaparates al uso de París, remedaron los mostradores, las anaquelerías y los accesorios de los almacenes extranjeros, excitaron vivamente la curiosidad, obligaron a salir de su apatía a los tenderos, acabaron con la huelga a pretexto de la comida y la siesta y extendieron, rápidamente hasta los más apartados barrios, la completa reforma de las tiendas madrileñas, que bien la necesitaban. Diez años después se pasaba del extremo de la antigua desidia, fundada en el falso axioma de que “el buen paño en el arca se vende”, al imprudente ensayo de los almacenes en mayor escala que existen en Londres y París, grandes mercados de los importantes productos fabriles de aquellas naciones, abriendo en los pasajes de Murga y Matheu y en un gran local de la calle del Carmen inmensos establecimientos que, siendo no ya remedo de aquellos, sino emanación suya en el surtido, en el personal y en todo, acabaron desastrosamente, en particular el titulado Villa de Madrid, que fue causa de considerables quebrantos de fortuna.
Pero si no prosperó aquella tentativa, absurda en un pueblo que no tiene industria fabril, contribuyó poderosamente a dos cosas: una buena y otra mala: a que el interés individual fundara excelentes almacenes, tiendas y bazares, y también a una terrible invasión de la charlatanería francesa que lo ha atropellado todo, muestras, títulos y anuncios, llegando a hacer del vocabulario mercantil un manantial de galicismos, que van tomando todas las proporciones de grave enfermedad para la lengua de Cervantes. Da grima tropezar a cada paso con tiendas que tienen por título: “A la villa de París”, y con las frases: alta novedad, confecciones, artículos en blanco, liquidación forzada y otras por el estilo. A vueltas de esto, preciso es convenir en que los almacenes de Madrid, por sus formas exteriores y por los surtidos que contienen, no le hacen desmerecer de otras capitales.”
Fernández de los Ríos, Ángel. Guía de Madrid: manual del madrileño del forastero. Madrid: Oficinas de la Ilustración Española y Americana, 1.876.
***
La ropa de las señoras constituía, sin duda, la tarjeta de visita del estatus del marido. Una mujer bien vestida y a la última daba a entender que su esposo gozaba de una buena salud económica. La mujer para ascender socialmente contaba con pocas posibilidades siendo una de ellas hacer un buen casamiento porque de no llevarlo a cabo pocas puertas podía encontrar abiertas: trabajo doméstico, ventas ambulantes, alojar huéspedes en casa, manualidades, prostitución etc. Es por eso que el ir a los bailes significaba una ocasión ideal para encontrar un marido joven y rico que muchas veces no era ni lo uno ni lo otro. (5)
Las damas españolas lucían sus nuevos vestidos por el Paseo del Prado y, ni que decir tiene, hacían otro tanto aquellas damas cuya economía les permitía ir a París para comprar in situ los últimos modelos impuestos por la capital gala con los que se exhibían orgullosas para envidia de las que no podían o no querían hacer semejantes dispendios. El Paseo del Prado se convirtió de esta manera en una pasarela de moda de las damas pudientes de la alta burguesía y de la incipiente burguesía del siglo XIX.
Las revistas de modas y la difusión comercial:
Ellas fueron las que se encargaron de informar puntualmente a sus lectoras sobre la apertura de nuevas tiendas a las que en muchas ocasiones denominan almacenes sin serlo. Son tiendas de novedades más o menos grandes que van rompiendo el inmovilismo que las caracterizaba a comienzos de la centuria.
“Es tan brillante el surtido que presentan los almacenes de esta capital, tan variado el buen gusto de sus artículos, en esta época de animación y de reuniones de tono, que por muy exigentes que sean los deseos de una dama elegante, por muy caprichoso y eccepcional [sic] que sea el traje que ha ideado, no dejará de quedar satisfecha con solo visitar aquellos santuarios de la Moda.
En uno se ostenta una gasa con estrellas de oro al lado de un vestido de crespón sembrado de una lluvia de plata: en otro un moaré de oro, brochado de flores, que deslumbran por la naturalidad de su frescura y colorido, o bien un drouguet [sic] enriquecido con bordados de la china: aquí un moaré antiguo blanco, matizado de ramos de rosas: allí un gros de Tours o de Yspahan [sic] con volantes de estrellas turcas o de palmas de oro.
Además de las tarlatanas bordadas, tan a propósito para baile, hay granadinas de seda, con volantes a disposición, bordados de oro o plata, y sus grandes ondas festoneadas de seda mate. Tampoco faltan cortes de vestido de crespón con doble falda, y en estas guirnaldas de flores bordadas al pasado, o aplicaciones muy lindas de terciopelos de colores, en forma de ramos, estrellas o lunares.
Nos olvidábamos de la ondina, de esta graciosa tela, verdadera flor de invierno, tan modesta y apreciable como la violeta. La ondina, más vaporosa y flexible que la tarlatana, con las guirnaldas de flores, que serpentean en sus volantes, es una tela que respira juventud y buen gusto.”
Aurora Pérez Mirón. Álbum de señoritas. 1.854, 2º época, nº 53.
“Las construcciones de la Puerta del Sol adelantan con rapidez, y a la vez los preparativos de los magníficos almacenes que en aquel punto, el más céntrico y hermoso de Madrid, inaugurarán la campaña de invierno.
Ya principian a darse a luz algunos de estos establecimientos: hace pocos días se abrió al público la elegante sombrerería de Campo cuyas grandiosas muestras no solo ofrecen modelos de novedad en su género, para caballeros, sino también y muy graciosas para niños y redondos para señora; estos sombreros, cuyo objeto verdadero son las excursiones campestres, han tomado carta de vecindad en Madrid, y es muy frecuente encontrar en la calle señoras con su sombrerito de paja de Italia, con pluma marrón o negra.
Otro magnífico almacén de bisutería se ha abierto también hace tres o cuatro noches, titulado La Favorita, y el surtido que presenta es tan vistoso como rico y escogido. Esta clase de comercios, que se multiplican en la corte cada día con el mayor lujo, son los que están llamados a embellecer aquel sitio tan concurrido.
En uno de estos establecimientos vimos escoger noches pasadas un regalo de novia del mejor gusto.
El reloj de oro con cifra de brillantes pendía de una rica cadena: el aderezo de onyx [sic] y brillantes, montados en oro, artísticamente labrado, se componía de brazalete, aguja, pendientes, collar y peine con bola de oro y onyx. Acompañaba un libro de Misa, encuadernado en piel de Rusia, con adornos de plata cincelada y la cifra de relieve; el tarjetero y portamonedas eran de nácar con incrustaciones de plata.
La calle de Espoz y Mina, cuya terminación por la de la Cruz es cosa hecha, se ha hecho definitivamente el emporio de la Moda. Sus magníficos almacenes, con su completo surtido que se extiende desde la más rica sedería hasta la más escogida y fina ropa blanca y bordados, han fijado completamente la concurrencia madrileña y los encargos de provincias. Los jefes de estos establecimientos viajan hoy por el extranjero preparando el surtido de invierno. Y hacen bien, mientras nuestras elegantes los abandonan y se pasean por las playas.”
Correo de la moda, 24 agosto 1.861. Año XI, nº 413.
Las zonas comerciales:
La ubicación de los talleres y casas de modas así como la de los comercios relacionados con esta especialidad se distribuyeron en el centro de la ciudad, en las inmediaciones a Palacio, espacio, por otro lado, históricamente ocupado por los gremios. El comercio de menor categoría y calidad se ubicó en el entorno de la Plaza Mayor derivando hacia la calle de Toledo, donde se podían encontrar las ropas hechas.
“No tiene Madrid que envidiar en el día a ninguna otra corte de Europa, la afluencia de personas extremadamente diestras en el ramo de industria perteneciente a modas; pues se haya surtido de casas en donde se trabaja en cuantos objetos puede inventar el buen gusto, con la misma elegancia y perfección que en París.
Tales son las casas de la señora doña Vicenta, calle del Carmen número 1 cuarto principal, esquina a la calle de la Salud: la de madama Próspera, puerta del Sol número 4; la de madama Hubert, calle de la Montera número 7, almacén de modas de París: y otra de que daremos noticia, según lo permitan las circunstancias.”
Periódico de las damas. Imprenta Calle de la Greda. 1.82-?. Número 4.
***
“Doña María Pía Villanova, calle de la Montera número 28, modista solo de vestidos.
Madama Casadaban, calle de la Montera número 38.
Madama Rencuel, calle de la Montera número 43, modista solo de vestidos.
Doña María Pérez, modista y florista, se fabrican excelentes flores y plumas de todas clases así para hombres como para mujeres, Red de San Luis número 21.”
Periódico de las damas. Madrid, Imprenta Calle de la Greda, 1.822. Número 5.
La mujer en el comercio:
Carmen de Burgos Seguí, Colombine, basándose en el censo del Ayuntamiento de Madrid de 1.898 nos describe perfectamente su situación en la capital de España y, a la vez, hace un estudio comparativo con Europa y los Estados Unidos. Nada he de añadir, pues, a lo que en su día escribió la docta e ilustre escritora almeriense.
“Detrás de los mostradores de la tiendas de modas y de telas es más común ver el rostro barbudo de un hombre que la faz de una dependiente pizpireta que alabe con brillantes paradojas las excelencias de los artículos que son objeto de su tráfico.
Solo aquellas que por circunstancias especiales se ven obligadas a ponerse al frente de sus establecimientos suelen intervenir en los trabajos del mostrador, casi siempre valiéndose de auxiliares masculinos; siendo escasísimo el número de las que se dedican al escritorio y a llevar los libros o la caja, no obstante la absoluta carencia de esfuerzo material que estas ocupaciones requieren.
¿No es absurdo ver a un mocetón perfumado pregonar las excelencias de un tejido o de una labor que ha costado esfuerzos superiores a sus fuerzas a una pobre mujer?
Solo en París hay más de 8.000 mujeres dueñas de establecimientos mercantiles que dirigen ellas mismas.
De 78.000 dependientes de ambos sexos que existen 25.000 son mujeres; en cambio, en Madrid, según el censo de su Ayuntamiento, del año 1.898 aparecen: ¡7 mujeres dependientes de comercio entre 4.593 hombres! siendo el total de mujeres comerciantes de la capital de España 203.
Y no se crea por eso que en Francia es brillante la suerte de los dependientes de comercio; su trabajo es de once horas diarias, a excepción de los domingos y días festivos, pero los dueños pueden exigir, sin derecho al pago, horas extraordinarias en las épocas de balance o exposiciones. Los sueldos varían desde 300 a 1.200 francos al año.
En Inglaterra, donde las grandes damas se dedican al comercio, las dependientes, solo después de tres años de continua práctica consiguen ganar 30 francos mensuales, y en Alemania, Italia y Austria su miseria es mayor, pues los salarios descienden desde 6 francos por semana a 0,75 diarios, sin que se les conceda descanso alguno mientras permanece abierto el almacén.
Las dependientes de los Estados Unidos son las que gozan sueldos mayores, lo cual se explica perfectamente, teniendo en cuenta que la vida es tres ó cuatro veces más cara que en Europa.
Allí se encuentran muchas mujeres dedicadas a las grandes operaciones mercantiles y empleadas como viajantes de las casas de comercio.
De las europeas, las que demuestran más inteligencia y afición a las empresas comerciales de importancia son las suecas. Existen en Estocolmo una multitud de establecimientos fundados por mujeres. Los establecimientos de crédito, las casas de banca, las compañías de seguros y otros muchos centros comerciales emplean un numeroso personal femenino en sus operaciones.
Muchos grandes comercios ha sido introducidos en Suecia por mujeres; la primera empresa anunciadora fue fundada hace quince años por Sofía Gumelius, y existen más de 25 casas destinadas a la venta de alhajas dirigidas y servidas por mujeres.”
Carmen de Burgos Seguí. La mujer en el comercio in Mercurio (Barcelona). 1-10-1.908.
Estructura y mobiliario de las tiendas elegantes :
Contaban con una portada de entrada generalmente de madera, de corte clásico, conocida como “galdosiana” en honor a Benito Pérez Galdós (1.843-1.920) que las menciona con frecuencia en Fortunata y Jacinta cuya lectura permite conocer a la perfección el mundo del comercio.
La fachada de adornaba con delicados trabajos de ebanistería. Sobre la portada un rótulo indicaba el nombre del establecimiento, por lo general el nombre del dueño, dueña o dueños, y el número de la calle. En el interior un mostrador o varios según la categoría de la tienda hechos de madera noble, provistos de tableros abatibles para permitir el paso, y con sillas dispuestas en el lugar destinado a los clientes. Las columnas con capiteles sustituían a los tabiques proporcionando una mayor visibilidad y amplitud. Las paredes se vestían de armarios, anaqueles, cajones, estanterías y espejos. A todo esto sumamos los espejos basculantes psiqué de obligada presencia en las tiendas de modas.
Nouvetés de París, madames y mademoiselle, proveedor real: reclamos perfectos.
La competencia entre las distintas tiendas de modas de un lado y entre las modistas profesionales de otro, obligó a recurrir a nuevas estrategias comerciales con el fin de destacar unas sobre otras y conseguir mediante su empleo mayores beneficios económicos. Así el hecho de especificar que determinada tienda recibía “nouvetés de París” se convirtió en una buena astucia publicitaria. También lo fue el que las modistas afrancesaran su nombre anteponiendo “madame o mademoiselle”, que una vez castellanizado se convirtió en “madama”, y si a todo esto se le podía sumar “proveedor o proveedora real” el éxito parecía casi logrado porque suponía una elevación del caché de quien lo era además de que en las tarjetas, facturas, anuncios, y en toda la documentación generada por la respectiva tienda o modista abastecedora de la corte se podía incluir el escudo real.
Así ocurrió con Madame Honorine, de nombre Enriqueta Jeriort , que fue modista de cámara de Isabel II, título que obtuvo en 1.868. Esta madame abrió su establecimiento en la calle Alcalá número 80, 1º planta, aunque estuvo ubicado en la calle de la Victoria previamente:
“La industria es la reina del mundo moderno: secundada en su progreso vivificador por la actividad del comercio , ha pasado los mares, cambiado la faz de los continentes y roto las barreras que, por añejas preocupaciones, separaban a los pueblos, llevando a todas partes el bienestar y la riqueza. A su influjo y con sus productos, hijos del genio y del trabajo, las fortunas medianas y aun las clases pobres encuentran a precios módicos géneros a propósito para proveer a las necesidades de su comodidad y aseo.
La Moda se ha asociado a aquella palanca de la civilización, imponiendo al lujo un tributo en beneficio del trabajo: cada día se abren al público nuevos y magníficos almacenes, a cuya sombra viven y prosperan infinitas familias dedicadas a diferentes artes.
Uno de ellos y que debe llamar la atención de nuestras lectoras es el nuevamente abierto en la calle Mayor, núm. 1, con el título de Novedades de París.
Conocido ya hace muchos años con el mismo título, llena hoy su local mayores proporciones, y la sencillez elegante de su decorado le constituye en uno de los principales santuarios de la Moda.”
Correo de la moda. 8 diciembre de 1.859. Año IX, nº 333.
Madame Petibon, de nombre Celestina, tuvo su tienda en la Calle Preciados número 9, centro principal, figurando entre sus clientas Isabel II y otras nobles damas de la familia real. Fue igualmente proveedora real alcanzando este título en 1.874.
Otro taller reseñable fue el de Madame Carolina modista de cámara de S.M. y SS.AA.RR. cuyo salón estaba en la plaza de Santa Cruz, número 2, centro principal. Destacamos también a Margarita Kempf, Madame Hevry, Julia Cervera, Paulina Forcatere, Madame Gabrielle, Madame Margarite, etc.
Las imitadoras:
La modista Julia Herce le ahorró muchos reales a las damas que queriendo vestir a la última no podían permitirse viajar a París para hacer sus compras bien por imposibilidad material, porque no deseaban hacer grandes dispendios o simplemente por comodidad según se desprende del siguiente documento. Julia copiaba y creaba modelos al dictado parisino y casi me atrevería a decir que revendía a buen precio:
“Las señoras que este otoño han visitado París encontrábanse en casa de los principales modistos y modistas, como Worth, Doucet, Mme. Virot, La Ferriéro y Rédfern, con una persona conocida con quien no podían competir. Para ella eran los mejores modelos, los trajes más originales, las telas más ricas.
¿Quién era esta española, a la que otorgaban sus preferencias aquellos artistas de la moda?
Esta española era la conocida modista madrileña Julia Herce. Así se comprende que estos días se vea su casa de la calle de Alcalá, donde estuvo establecida otra modista de renombre, Mme. Matilde, frecuentada por las damas más elegantes de nuestra aristocracia.
La verdadera exposición de trajes, telas y sombreros que allí se encuentra reunida puede decirse que está formada por los modelos más bonitos creados por los directores de la moda en París.
Julia no sólo los copia, sino que, inspirándose en las corrientes artísticas que en la capital de Francia preponderan, inventa toilettes que son verdaderas creaciones.
Una señora que acostumbraba a vestirse en París nos decía hace poco:
—Julia hace completamente inútil, para una persona que desee vestir bien, el viaje a Francia.
Ella trae lo más bonito, lo más artístico, lo más nuevo. El modelo de Doucet, que cuesta en París mil francos, o sea con el cambio mil trescientas pesetas, copiado por Julia Herce vale ochocientas pesetas a lo sumo, y además me evito la pérdida de tiempo en casa de los modistos franceses y las molestias de defraudar a la Aduana.
Así, en efecto, se explica que sea Julia Herce la modista de moda en Madrid y que, como Worth, como Doucet, como Rédfern, resulten sus vestidos verdaderas maravillas de buen gusto y de originalidad.”
La Época. 17 de octubre de 1.897. Año XLIX, nº 17.015.
Los escaparates:
El antecedente del escaparate se encuentra en los antiguos mercados en los que los productos, especialmente los perecederos, se exponían a la vista del público, delante de las tiendas, sin orden ni concierto, con el fin de incitar a la compra inmediata. La mayoría de las veces la adquisición se realizaba en el mismo tenderete en el que se apilaban los productos sin entrar siquiera dentro de la tienda.
El escaparate nació de la mano de la Revolución Industrial y está vinculado a los Grandes Almacenes siendo Le Bon Marché el pionero en incorporarlo. Los demás siguieron el camino trazado por Aristide Boucicaut y su esposa.
Las etiquetas:
En España se ponían etiquetas a los vestidos al igual que hacía Worth. Los restos encontrados permiten asegurar que se utilizaban en zapatillas desde 1.839 ó 1.840. Fueron de uso común en Francia a partir de 1.860. La internacionalización de la moda fue una constante del siglo XIX y aunque no son la firma de un artista, sí suponían una cierta garantía para las prendas exportadas.
Las muestras.
Los talleres y salones se instalaron en los pisos principales o a ras de calle. A estos últimos se les instalaban escaparates. Sobre las puertas de las tiendas se instalaban las “muestras”. Puede surgir una cierta confusión al interpretar los términos muestra y escaparate porque a veces son utilizados de una forma un tanto ambigua de manera que para darle el significado exacto es necesario recurrir a una lectura detenida del contexto.
A propósito de las “muestras” he seleccionado estas tres curiosas reseñas:
“Por tener tienda abierta, poner muestra, ramo o cartel se pagará anualmente desde el 1 de octubre de este año veinte libras en la ciudad y arrabales de París: diez libras en la ciudades y sus arrabales en donde hay Parlamento, Tribunal o Bailía Real; y cincuenta sueldos en las demás ciudades y lugares, juntamente con los cuatro sueldos por libra”
Mercurio histórico y político. Madrid, Imprenta de Marín, Mes de octubre de 1.759.
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“Si una Modista española
Dar quiere a su Tienda honor,
Ponga una muestra que diga:
Tienda de Madam Culot.”
Memorial literario instructivo y curioso de la Corte de Madrid. 4/1.786.
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“¿Qué más ocurre?
Solo recuerdo que continúan los suicidios de mujeres por amores contrariados; que dentro de pocos días inaugurará sus brillantes tareas el Ateneo científico, literario y artístico; que la anterior semana estuvo a punto de perecer una señora bajo el peso de una letra, no de cambio, sino de Sisi el peluquero, a quien se le desprendió una S de la muestra; que se proyectan varios matrimonios y notables saraos…”
Ricardo Sepúlveda in La Moda elegante ilustrada, 1.876. (Pudiera tratarse del escritor Ricardo Sepúlveda y Planter (1.846-1.909)
Estructura de los talleres:
En el interior había dos espacios definidos: el taller propiamente dicho y la zona pública que consistía en un salón para recibir a las clientas lujosamente decorado y en el que no faltaban espejos que ocupaban un lugar prioritario. El espejo “psiqué”, como hemos visto, fue un elemento insustituible en las casas de modas y en los boudoirs.
Sí se observa con detenimiento la planta baja de “Vivi’s fashion” se verá que sigue estas pautas.
(5) Pasalodos Salgado, Mercedes: Visita a la modista: pieza del mes, junio 2012. Madrid: Museo del Romanticismo, 2.012.
APROXIMACIÓN A LAS TIENDAS DE MODAS Y A LAS MODISTAS A TRAVÉS DE LA PINTURA DECIMONÓNICA: ALGUNOS EJEMPLOS.
Termino con unas sabias frases de Ángel Fernández de los Ríos sobre la moda y la sociedad madrileña extraídas de su Guía de Madrid:
“En París donde se supone que tiene establecida la moda su despótico imperio, vistiendo a todos por figurín, hay libertad completa de traje; en Madrid se apuntaría con el dedo a quién llevara, como mucha gente en Francia, el inmenso corbatín del año 30, o los rizos de Luís Felipe; la sociedad madrileña es esclava de las modistas y los sastres, y sigue con una puntualidad automática el movimiento que la marcan; basta un mes para mudar el peinado y la hechura del vestido de la mujer, desde la dama que no se ocupa más que del tocador hasta la obrera que por género de su ocupación tiene rozarse con el público; no se cambia con más rapidez una prenda en el uniforme del ejército; los hombres necesitan un valor heroico para salir a la calle con sombrero de ala ancha cuando todos la estilan estrecha, con la bota de punta cuadrada cuando todos la llevan redonda: la moda impone ahora una tela de enormes y estrambóticos cuadros, y Madrid parece poblado de jergones en movimiento; la moda impuso hace años que las jóvenes fueran miopes (y dentro de esa moda una vez, colgadas de un cordón o una cinta, gafas negras apretando con un muelle de acero, y otra vez un lentecillo agarrado al ojo, por la contracción o contorsión de todos los músculos de la faz, puesta así en caricatura) el resultado fue aumentar el mundo de los realmente cortos de vista.“
Ahora sí. Entramos en Vivi’s Fashion:
Se trata de una casa con tres plantas y nueve habitaciones.
Es de tipo armario con tres hojas.
Su decoración es de características chinoiserie con predominio del tono blanco-marfil.
VIVI’S FASHION ESTÁ A LA VENTA.
Accedemos a través de un hall con expositores.
A la izquierda podemos ver la salita de espera y a la izquierda el taller de costura muy detallado que se ajusta a lo que hemos descrito líneas arriba.
En la planta segunda, en línea con el hall de la primera planta, hay un repartidor en chinoiserie verde y blanca que da paso tanto a derecha como a izquierda a lo que es la tienda en sí misma. Tiene dos expositores y dos mesitas y por supuesto sillas haciendo juego. Sobre una de las mesitas hay un sombrero y sobre la otra un busto de Sissi. Esta última tiene la particularidad de ser una caja fuerte disimulada que se abre por el lateral derecho. Es obra de Jeanetta Kendall que la incorporó a este mueble de la firma Bespaq. No le falta ingenio a esta artesana norteamericana. Obsérvese, además, que las dependientas están vestidas de la misma manera o, lo que es igual, van uniformadas.
Ya en la tienda encontramos mostradores, vitrinas, maniquíes, sombreros, bolsos, medias, perfumes, guantes, y cajas registradoras. Singularmente bonito, a mi gusto, es el expositor con distintos tipos de abanicos obra de la polifacética artesana Kay Brooke. No faltan las clientas. Es muy vistoso el sillón para probarse los zapatos con el espejo y un reposapiés para mayor comodidad. No está tan lejano en el tiempo en que aún se veían en las tiendas.
Subimos a la tercera planta y hay otro repartidor. En el centro un perchero con vestidos colgados listos para su entrada al probador.
Un biombo pintado a mano, a la izquierda, da acceso al baño y otro, a la derecha, nos permite el paso al probador repleto de sombreros de todo tipo, vestidos, espejos, tocadores, etc.
Artesanos que han intervenido en la tienda de modas:
- — Sophia miniatures.
- — Val Harper.
- — Jeanetta Kendall.
- — Taller Targioni.
- — Kay Brooke.
- — Karen Benson.
- — Carmen Ruíz.
- — Silvia Leiner.
- — José Mª Gómez Panizo.
- — Montserrat Folch (q.e.p.d.)
- — Artesanos Felipe Royo.
- — Taylor Jade.
- — Pedro Trigos Chía.
Mil perdones si he olvidado a alguien.
Por último quiero dar las gracias especialmente a Cristina Noriega y a Herminia Esteban (Carolina Artesanas) que hicieron sus trabajos “a todo gas”.