Terraza Mansión.

Contexto histórico:

Lavado:

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Las lavanderas de Jean François Millet 1.814-1.875

A comienzos del siglo XIX se idearon las primeras lavadoras aún muy rudimentarias. La ropa se metía en una caja de madera con agua y se la hacía girar mediante una manivela. Pocas familias pudieron costearse una y por eso la mujer lavaba la ropa de su familia ayudada de sus hijas, si es que las tenía. En consecuencia se dilataba el tiempo entre un lavado y el próximo porque huelga explicar la pesadez y la cantidad de horas que requería esta tarea doméstica tan monótona y pesada. Andando el siglo el invento se fue perfeccionando.

Los que podían permitírselo contrataban lavanderas o enviaban la ropa a lavar fuera de casa. Fue así como surgió el gremio de las lavanderas, famosas por su fuerza física, que animaban los lavaderos públicos de pueblos y ciudades.

Hiciera frío o calor las lavanderas se encaminaban al río más próximo cargando con la ropa sucia metida en cestos sobre su cabeza o en hatillos. No siempre el río les quedaba cerca.

Lavadora de 1869.

Lavadora de 1.869.

Arrodilladas sobre las piedras o un madero daban el primer lavado con jabón casero, la apaleaban y le echaban ceniza para quitar las manchas.

Extendían las piezas sobre la hierba para que se soleara y así desaparecieran los  lamparones que pudiesen haber quedado.

Repetían el proceso y al caer la tarde la recogían y la metían en cestos para volver de regreso.

Cuando el mal tiempo impedía el secado total regresaban con la ropa mojada con lo que el peso que cargaban era considerablemente mayor.

Lavadora de 1897

Lavadora de 1.897

Las sábanas las retorcían entre dos, cada una para un lado, en sentido opuesto.

Escurridora de ropa. Una novia que está viendo los regalos de boda dice que es el mejor regalo de todos. última década del s. XIX o comienzos del s. XX.

Escurridora de ropa. Una novia que está viendo los regalos de boda opina que es el mejor regalo de todos. Última década del s. XIX o comienzos del s. XX.

Los tendederos eran de cuerda y se elevaban con la ayuda de una tranca o palo con la punta en forma de horquilla por la que entraba la cuerda que se elevaba a la medida conveniente.

Los lavaderos:

Se encontraban junto a cauces de agua corriente, que se canalizaba con grandes tuberías y se calentaba con hogueras.

Las mujeres escurrían la colada con sus propias manos, usaban jabón elaborado con grasa animal y hervido con lejía y restregaban la ropa sobre una tabla. Una vez escurrida, la ropa se colgaba en tendederos comunitarios.

Una hora en el pilón equivalía a una hora de natación de competición; era un trabajo tan agotador que les debió causar no pocas dolencias. Es fácil intuir lo que debieron padecer aquellas mujeres que lavaban hincadas en el suelo.

Planchado:

No se inventó en el siglo XIX. Ya era conocido en la antigüedad.

En el siglo XV las familias acomodadas utilizaban la “caja caliente” que tenía un compartimento para el carbón. Las menos potentadas usaban la plancha de hierro que se calentaba al fuego. El grave inconveniente radicaba en que se podía tiznar la ropa.

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Lejía.

El soporte para la ropa, la tabla de planchar, se llama así  porque se usaba una tabla de madera que se hacía descansar sobre los respaldos de dos  sillas (véase la pintura adjunta de Ivana Kobilca)  o bien se planchaba sobre la mesa de la cocina. La primera patente la presentó W. Vandenburg  en EE.UU en 1.858. Después vinieron otras pero en 1.892  Sarah Boone, también americana, presentó la suya de manera que se la cita muchas veces a ella como la inventora.

Cuando se empezó a usar el gas para la iluminación interior casera la plancha se calentó con él pero se corría un grave peligro por los más que posibles escapes.

Con las nuevas ideas sobre la higiene y el trazado urbano del XIX algunas tareas se realizaban fuera de los hogares. Así sucedió con el lavado y planchado de la ropa. La plancha se hacía como actividad individual o grupal.

Aprendían el oficio de sus madres o familiares, por observación y con la práctica. La herramienta de trabajo básica utilizada por estas mujeres era la plancha de hierro fundido.

El almidonado era lo más penoso porque se corría el riesgo de quemar la  ropa.

Requería una especie de tijeras cuyos extremos terminan en dos o más vástagos cilíndricos, de modo que al coger la tela entre ellos y cerrarlos, queda plegada. Podían tener diferentes largos y grosores para efectuar rizos en distintos tamaños.

Había, además, otros utensilios para los cuellos o pecheras de las camisas, volantes, enaguas o cualquier prenda previamente almidonada.

Tenacilla de encañonar.

Tenacilla de encañonar.

Sin duda un oficio muy duro, durísimo, porque se pasaban muchas horas de pie, sin horarios fijos y mal remunerado.

http://www.hoyolivenza.es/actualidad/2012-09-04/tenacilla-pieza-encanonar-pieza-septiembre-2225.HTML

Lo que dicen los periódicos y revistas de la época:

Aconsejando que la ropa de invierno se empiece a guardar en abril, mes de grandes coladas:

Estas observaciones, que al parecer frívolas, harán reír a varias jóvenes de esas que se titulan elegantes, cuya buena educación creen se funda en saber montar, hablar el francés, ignorar el castellano, pintar, cantar, etc., son las que debe apreciar toda madre de familia que quiera dar una buena dirección a sus hijas, a quienes al lado de las clases de adorno enseñan a coser, bordar, planchar, guisar· y otras cosas más de utilidad que el recreo.

Emilio de Tamarit in Álbum de señoritas y correo de la moda, Madrid, 1.853. 2ª época, nº 13.

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La mujer, cuando es jóven debe instruirse aprendiendo a leer, escribir, y en las labores mecánicas de la casa, como son: barrer, fregar, aljofifar, condimentar los alimentos, lavar la ropa blanca, coser, zurcir, remendar, planchar, higiene doméstica, etc.

Esto debe saberlo toda mujer pobre y rica, noble y plebeya. Si es rica, para saber mandarlo y conocer si se hace bien o mal. Si es pobre, para poder hacerlo, porque la necesidad y el deber la obligan.

Antonio M. Flores in El Correo de la moda, 1.880. Año XXX, nº 39.

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POBRECITAS,

François Bonvin (1817-1887). Mujer planchando

François Bonvin (1817-1887). Mujer planchando

Sí, todas las ¡mujeres que trabajan!… Pero más dignas de compasión que las modistas que pasan su juventud encerradas en la penumbra malsana del taller, confeccionando vestidos que nunca han de ponerse, y que las errabundas peinadoras que corretean las calles con frío o con calor, y que todas las mujeres que luchan por la vida como hombres, son… las pobrecitas planchadoras!…

Las demás muchachas de oficio arreglan sombreros, flores, trajes, bordados, labores todas propias de su sexo; mientras que la planchadora vive ligada al hombre, trabaja para el hombre, abrillantando los cuellos, rizando las pecheras de sus camisas y hermoseándole con su trabajo… para que luego vaya a enamorar a otras mujeres… ¡ ¡Es el colmo de la abnegación!…  y , sin embargo, la planchadora está siempre contenta, como si la labor, un tanto varonil, a que se consagra, vigorizase su espíritu al mismo tiempo que sus brazos. A las peinadoras, que siempre están a la intemperie, se las estropea y arruga pronto el cutis; a las modistas, la quietud en que viven y el monótono manejo de la aguja, las enflaquece y avegenta cubriendo sus rostros juveniles con ese tinte pálido, macilento, de las personas que viven a la sombra; mientras que el uso de la plancha supone actividad, movimiento, y desarrolla las fuerzas, y arrebola las mejillas y da al cuerpo esbeltez y gallardía.

 Desde muy temprano se oye a la planchadora que trastea en su cuarto, preparando la mesa, mojando la ropa, encendiendo el Hornillo, limpiando las planchas; y mientras trabaja entona a media voz esos dulces cantares con que nuestro pueblo adormece sus penas.

Los obradores de planchar ofrecen de noche un aspecto encantador. Alrededor de la gran mesa del trabajo, aparecen ellas, las gentiles oficialas, con sus mejillas encendidas por el calor y sus largos delantales blancos, manejando montones de ropas blancas también, que brillan como copos de nieve bajo la luz de los focos eléctricos; ¡todo tan claro, tan limpio, tan coquetón!…

Planchando. Ivana Kobilca (1861-1926)

Planchando. Ivana Kobilca (1.861-1.926)

Cuando éramos jóvenes recuerdo que decíamos «caderas de planchadora,» cuando queríamos describir esas caderas turgentas, pomposas, duras, de las mujeres que siempre están de pie. Todos hacíamos gala de tener una amiga de este oficio.

—     ¿Qué es tu querida? nos preguntaban.

Y respondíamos con una entonación de orgullo mal disimulado:

—     ¡Planchadora!…

Y los amigos sonreían y nos miraban el cuello de la camisa.

¡Pobrecitas!…

Desde entonces han pasado muchos años y, no obstante, el corazón y el deseo se nos van tras los obradores de planchado.

¡Aquellas gentiles compañeras de nuestra bohemia!!”

R. (firma) in  Vida galante: revista semanal ilustrada. Barcelona, 1.899.  Año II, nº 14.

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Es el momento de colocar adecuadamente toda la ropa blanca que ha sido lavada y planchada.

En todo tiempo la colocación, arreglo y clasificación de la ropa llamada de casa  como sábanas, toallas,  manteles, servilletas, paños de cocina, etc., después del lavado han sido una de las principales ocupaciones de la mujer.

Puede decirse que es uno de los quehaceres, no sólo más importantes, sino más difíciles del hogar. Una buena lavandera, una planchadora hábil, y cuidadosa, son indudablemente muy necesarias, más que necesarias, imprescindibles en toda casa bien montada; más de nada servirían, si la dueña de la casa no estableciese un método ordenado y minucioso, por medio del cual tenga constantemente á la vista la cantidad de ropa blanca de que puede disponer evitando de este modo los conflictos que en determinados casos suele producir, más bien que la falta de mantelerías, toallas, etc. el desorden y la confusión en que estas prendas suelen estar amontonadas. Así pues no hemos decidido a dar a nuestras lectoras el modelo de un armario en que van colocadas las diferentes prendas de lencería que acabamos de indicar,  con el orden más riguroso y poniendo a la mano los objetos de que se hace más continuo uso.

Armario de ropa blanca.

Armario de ropa blanca. Aparece en el artículo citado para su descripción  y se encuentra en la Hemeroteca de la BNE. (Madrid)

El armario tiene cuatro tablas, sin contar la que constituye el asiento del armario ni los cajones de abajo. En primer lugar, se forman paquetes de servilletas, toallas, manteles, sábanas, etc., que se atan con una cinta de algodón encarnada o azul, y delante de los cuales se fijan tarjetones de cartón con las iniciales del individuo de la familia a que pertenecen las prendas empaquetadas: las iniciales se forman sobre el cartón hilo encarnado. Estos  se colocan según ya hemos dicho por orden de mayor uso o necesidad: es decir que se pondrán más bajas, a fin de tenerlas a la mano, las prendas que se usan con más frecuencia. Sígase, por ejemplo, el orden siguiente:

Primera tabla (o tabla de arriba). Ropa de cama, como sábanas, colchas blancas, y fundas de almohadas, separando las que sirven  para el uso de la familia  de lo que se destina a los convidados o huéspedes y lo que sirve para los criados.

Cofre para enseres de planchado. La Moda elegante. Biblioteca Universitaria de la UGR. CC ES

Cofre para enseres de planchado. La Moda elegante, 1.872. Biblioteca Universitaria de la UGR. CC ES

Segunda tabla. Ropa de mesa como servilletas y manteles, haciendo igual separación que en la tabla precedente y reservando siempre lo de calidad superior para días de convite o recibimiento.

Tercera tabla. Paños de mano, paños para limpiar el polvo, y demás lienzo basto de la cocina.

Cuarta tabla.  En medio de esta tabla se ponen los pañuelos de bolsillo, y en la misma división se ponen los paquetes de lienzo fino, como pañuelos bordados, etc.

Cofre para enseres de planchado. La Moda elegante, 1872. Biblioteca Universitaria de la UGR. CC ES

Funda para plancha. La Moda elegante, 1.872. Biblioteca Universitaria de la UGR. CC ES

Tabla de abajo. En esta tabla se disponen las diferentes piezas de lienzo o algodón que una mujer cuidadosa gusta siempre conservar para un caso necesario. Se colocan además en esta tabla enhaguas [sic] de señora, cortinas y varias prendas de niño, como servilletas, paños de mano, etc.

En los dos cajones del armario se encierra generalmente la ropa que está para repasar.”

S.F. (sin firma): La moda elegante, Madrid, 1.870. Año XXIX, nº 13.

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Años más tarde leemos:

Una señora debe saberlo todo y no descuidarse en aprender lo que no sepa. La costura, el planchado, la cocina, el gobierno de la casa: debe aprenderlo todo y ocuparse en todo; pero de una manera discreta, a fin de dar más autoridad a sus órdenes.

En una familia modesta, ¿cómo es posible llegar a hacerlo todo, si la dueña de la casa no toma parte en las faenas de la misma? Y si os tan difícil tener buenos criados, ¿cómo adiestrar a los que carecen de los conocimientos necesarios, cuando se ignora lo que hay que enseñarles?moda elegante ilustrada 1896Sin título

¡Qué serie de economías puede hacer en el interior de su casa una señora hábil e inteligente! Y esto sin que lo parezca, sin que nadie lo advierta; simplemente interviniendo un poco en todo y haciendo mucho personalmente.

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La Ilustración española y americana. 1.889.

Ahora bien; no aconsejo a mis lectoras que adopten la moda de las enaguas blancas muy adornadas, si no pueden plancharlas por sí mismas o darlas a planchar a una criada o doncella. Excuso decir que no me dirijo a las personas ricas que tienen a su disposición buenas planchadoras, a quienes pagan muy caro y permiten así que ganen su vida.”

Vizcondesa de Castelfido: La Moda elegante. Madrid, 1.894. Año LIII, nº 33.

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Volvemos a la terraza de la Mansión Tristana.

Tiene tres partes: la lavandería, la zona de merienda o tertulia y juegos y una pequeña habitación.

Lavandería:

Dispuesta según las costumbres de la época. Pilas para lavar, tendedero, lavadora y secadora o mejor escurridora de ropa, armarios con productos de limpieza y distintos enseres de lavado. Merece la pena observar la lavandera autómata con sus bigudíes puestos.800px-The_difficulties_of_a_tub_wringer__The_convenience_of_a_bench_wringer

Zona de merienda o tertulia de juego:

Varias mesas con viandas están dispuestas para ser usadas. Los personajes están bien sentados o bien de pie. Unas niñas se mecen en un columpio y no podía faltar algún juguete que otro.

Como en toda terraza hay flores. ¿Quién las cuida? Nadie mejor que una encantadora muñeca autómata.

La planchadora hace su trabajo con esmero mientras un gato subido a una silla permanece atento a un ratoncillo que se pasea por la mesa de plancha. La ropa terminada se va depositando en una cuidada bandeja.

Pequeña habitación:

Es un taller de alfarería con todos sus enseres. El personaje está atento a su labor ajeno por completo al bullicio exterior.

Me olvidaba: hay una pequeña veleta por si acaso viniese mal tiempo y hubiese que resguardarse.

Lavandería de muñecas. La Última moda. 1.899. BNE.

Lavandería de muñecas. La Última moda. 1.899. BNE.

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